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martes, 7 de julio de 2020

Aquellas praderas azules. Lo que verdaderamente significan los hoteles de California

DALE AL PLAY DE PALABRAS SIN SONIDO





Realmente no supe interpretar el verdadero sentido de la canción hasta tres años después de recibirla en aquella cinta que Sabrina me regalara antes incluso de habernos besado, pero cuando lo conocí fue un relámpago parecido, pero en el lado contrario, de mi descubrimiento del hielo.

Fue una noche, bajo las sombras de una gran vela, desnudos y asombrados en aquella cama demasiado pequeña en donde un viento de las colinas te desordenó el pelo y tu vista se oscureció mientras yo, buzo ciego, nadaba en la penumbra de tu cuerpo, esparciendo versos entre el trigo marino y
 a nadie te pareces desde que yo te amo.
te susurraba, buscándote más allá de los perfiles de tus caderas hasta encontrar un momento tierno, esquivo, que rodeé como se hace con los animales pequeños, mientras comenzaba a sonar aquella canción y pese a la madrugada algo se iluminó en la penumbra.
Fue entonces cuando sentí un cálido rumor de colinas que se acercó con pasos de gigante por la oscuridad de tus vísceras. Algo muy distinto a todo, feroz e inaudito; y tú poco a poco te fuiste tan lejos que yo apenas podía alcanzarte.

Dulce sudor de verano.

Tu cuerpo ya navegaba sin rumbos en la seda de mis palabras mudas, bajo las sombras inciertas de una gran vela hechas a semejanza tuya.
Perdida.
Cada vez más ausente.
Así viajabas por los lugares insospechados a los que te llevaba mi monólogo que todo te decía sin necesidad de contarte nada.
Solo un ritmo, la más bella poesía escrita sobre barro húmedo que yo inventé sin saber aún ni las más simples reglas de la gramática,
insomne, hacendoso, 
casi mágico mientras tu cuerpo llovía mariposas de fuego y ámbar, ¿o era acaso el rocío?

Las luces lejanas de aquella canción subían y subían como una escalera sin infiernos. Con escalones de plata y almohadas suaves.
La primavera florecía en ti como mil cerezos bajo la lluvia.
Y
No sé si tú lo recuerdas.
Te mirabas por dentro con los ojos cerrados, asistiendo a tu propio castillo de fuegos artificiales que te explotaban por dentro.
Tú cuerpo se movía entre explosiones; esos eran los verdaderos hoteles de California.
Un lugar donde no había espectros ni historias de aparecidos, y lo sobrenatural eran los navíos de viento de tus aguas cristalinas en un mundo propio que rasgueaban las guitarras como arados sobre el barbecho.

Cómo no amarte entonces, cariño mío.
Tus brazos se aferraba a mi un instante antes de volverse de trapo.
Luego, más adelante,
cuando las montañas ya se terminaron y sólo te quedo el viento.
Entonces sí,
me pediste que te gritara dentro, y te alzaste definitivamente en un ondear de pájaros locos que te persiguieron mientras tú ascendías sin remedio y al fin, secreta, rompiste a llorar riendo, mucho tiempo, viendo tantas luciérnagas como yo nunca he sentido.

 ¿De verdad que no lo recuerdas o es la simple timidez de tus manos con ansias de infinito?
Esos dedos de acero que se clavaron en mi pelo mientras tú resplandecias en medio de la oscuridad como una brasa hirviendo que luego se hizo sonrisa,
una paz de dientes y labios.

Fue un sabor a melocotones,
el rumor sin ruidos de tu vientre que poco a poco amainó de las tormentas que sólo una vez suceden en los hoteles de California.
Casi en medio del desierto, a un paso de el y la nieve que cayó desde el techo sobre tu cuerpo.
Azul, tan blanda.
Con un olor de colinas que poco a poco se iba perdiendo en tus músculos desmadejados,
y el aire vuelto.

 Serena tras el cataclismo.

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