domingo, 27 de enero de 2019

ÁNIMA MUNDI. LUIS. Una escalera al Cielo


DALE AL PLAY Y PERMÍTETE VIVIR DENTRO DE ESTA CANCIÓN



Siempre recordaré a Jesús tocando está canción con sus largas uñas en aquella vieja guitarra acústica que nunca pudo cambiar por una Fender Stratocaet. No le dio tiempo.

Le recuerdo en su terraza de la sierra, justo la que estaba debajo de la mía, tocando una y otra vez aquel primer punteo que abría la canción.
Cuando lo hacía era otra persona, se transfiguraba, y ya nadie veía en él al adolescente apocado de melena descuidada y muñequera de pinchos en su muñeca.
Bajaba los ojos y comenzaba a subir lentamente esa escalera al cielo, mucho antes de tomar todos los atajos que le terminaron por llevar al infierno.

Durante unos minutos dejaba de ser él, y unos meses después de conocerle nos enseñó también a nosotros a dejarnos llevar por la música para perdernos en ella.

Su cara sonreía con una paz de niño que poco a poco iba llenando su rostro de luz, como si de pronto se hubieran esfumado aquellos demonios personales que le hacían beberse la vida como un cóctel de mil licores.
El oso blanco, le llamaba. Anís, contacto, ron... y un chorrito de pipermin para darle color a aquel brebaje que alguna vez hacíamos y nadie soportaba más de dos vasos. Todos menos él.
Pobre Jesús, cuánto lo echamos de menos según va escalando la canción. De los dos senderos tú tomaste el equivocado, aunque entonces no lo sabíamos. Todo eran rumores de cómo subir al cielo al que nos llevabas esas tardes eternas de verano, cuando el calor iba poco a poco perdiéndose más allá de las montañas que veíamos desde tu terraza.
Cerrábamos los ojos en ellas y nos dejábamos llevar por la música, como tú nos enseñaste, peldaño a peldaño, cada vez más altos según se iban haciendo más agudos los acordes y el mundo se reducía al finísimo rayo de notas mientras el sol caía y llegaba la noche, y tiempo después las pesadillas.
Muchas tardes lo recordamos. Nosotros, que ya no somos los mismos, ponemos en el casete la canción y nos dolemos en ella frente al mismo paisaje que fue el telón de nuestra adolescencia, cuando las luces se confunden y se llenan de galopes sordos de blancos caballos, muy lejanos.
La canción que nos acompañó tantas tardes, cuando César se perdía en sí mismo y cerraba los ojos, bien lo recuerdo.
Su largo flequillo. Sus manos de muñeca de porcelana que chocaban entre gritos con la ajada muñequera de cuero y pinchos, salobre de sudor mientras sus dedos se deslizaban por los trastes y alguien, tal vez César o quizás yo, comenzaba a cantar aquella letra profética.
Seréis como pájaros en vuelo, ¿verdad, Jesús?
Celia dejaba caer su larga melena hacia un lado y se acurrucaba en la silla mientras tú abrías camino por las cuerdas de la guitarra que entonces era una parte de tu cuerpo, como un brazo, como el corazón entero que se salía de tu pecho agitado según avanzabas.
Una escalera al cielo, una dama que iba en tu busca y al final te encontraría, más allá de los jardines y las flautas.
¿Por qué quisiste irte con ella, Jesús?

Luis.






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