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sábado, 20 de febrero de 2021

EL NO LIBRO DEL SÁBADO /.../ (2)

 A los 26 años y sin una razón clara Alfonso abandonó Sevilla para trasladarse a Madrid.

No fue a estudiar nada de lo antes abandonado, ni tuvo (que sepamos) una oferta de trabajo interesante, pues durante unos años se ocupó en trabajos diversos, no excesivamente remunerados que incluyeron desde profesor particular de niños excesivamente mimados para poder convertirse en buenos estudiantes a corrector en un grupo editorial que tenía en su amplio catálogo numerosas revistas de decoración, plantas y jardín , y misterios paranormales. También pasó una temporada como profesor en un colegio privado sin curas, tan apegado a las entonces existentes pesetas, que los alumnos parecían los pósteres de una vaca o un cerdo troceado, con el nombre de las partes alimenticias reconvertidas en refuerzos, clases de ampliación, música, piscina, baloncesto, kárate, taller de inglés...

Durante todo este tiempo residió en una casa de vecinos muy cercana al Pirulí que formaban un ecosistema verdaderamente curioso que (cuentan) le sirvió para escribir el boceto de una historia que llegó (no sabemos por qué conducto) al mismísimo José Luis Moreno, sirviendo (acaso) como idea matriz de Aquí no hay quien viva.

Sobre él vivían una pareja con nietos que corrían sobre su cabeza mañana tarde y noche, lanzándose al suelo como bombas programadas. Enfrente , en un piso también alquilado a una pareja gay que vivía en Pontevedra, un negro senegalés regentaba a base de gritos una especie de piso patera por donde pasaba cada mes varias personas diferentes mientras él fumaba larguísimos porros en la terraza que también servía como trastero y como gimnasio improvisado en donde el subsahariano hacía pesas entre trago y trago de cervezas y larga calada al canuto, mientras gritaba con voz atiplanada.

Dos pisos más arriba había una anciana que gustaba de los gatos (en el interior de la casa) y los gallos (que vivían en la terraza y saludaban al nuevo día desde las cuatro de la mañana), y había una jovencita (aunque menos de lo que ella creía) que era pija a la que perseguía el subsahariano sin éxito, yendo a ahogar sus penas al chino que había en la esquina que funcionaba como un verdadero bar clandestino en torno a cuya puerta siempre podías encontrar a una docena de hombres bebiendo entre gritos, meando entre los coches aparcados y lanzando piropos rastreros como pedos a las mujeres que se atrevieran a pasar por esa acera, mientras cada noche caía desde el piso superior la bolsa de la basura que la anciana depositaba de esta peculiar manera.

Un puro esperpento que Alfonso padecía con absurda cerrazón, hasta que se mudó a Barcelona.


Ciprián


El no libro del sábado


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