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viernes, 30 de agosto de 2024

Aquellas praderas azules. Una gota de sudor se desliza por tu vientre desnudo. Bangles en un cuarto

Una gota de sudor se desliza por tu vientre desnudo, muy despacio, al ritmo de tu respiración que, tras el terremoto, se ha ido acompasando.

Sonríes. Sonríes suave y despacio. Una sonrisa leve y duradera, la que sucede cuando has subido a las cumbres para arrojarte en el vacío y perderte en el vértigo de las aguas más profundas de tu cuerpo, las que viven con suave oscuridad hasta que yo vengo con huracanes y tormentas.

En la habitación solo hay una gran vela encendida que ilumina tu sudor, una lágrima esquiva que baja por la piel de tu vientre y moja el vello casi invisible de tu piel.
Hay una geografía ondulada de colinas que se te suceden allí tumbada, en el resplandor azulado de esa gran vela y la música de de las Bangles como una cortina que nos separa del mundo.
Yo te observo apoyando mi cabeza en el brazo doblado, te aprendo como el alumno más aplicado.

Has cerrado los ojos y solo tú sonrisa de paz te ilumina la cara, muy levemente.
Piensas en algo, ¿cuáles son las imágenes que pasan como nubes blancas por el cielo de tu frente?
Yo no quiero preguntar, romper el hechizo, y solo te toco con mi mirada, sin hacer fuerza alguna que alborote el aire que respiras,
lo haces muy despacio, casi como si estuvieras dormida pero sin estarlo.
Es un lugar intermedio, pálido. Tus manos reposan, una casi sin tocar tu sexo, la otra sobre mi pierna, y solo un dedo se mueve lentamente, escribiéndome en alfabetos perdidos la poesía de tus rincones.
Escribes muy despacio, igual que se resbala la gota de sudor de tu vientre, temblorosa, un instante traslucida hasta que resbala por la pendiente, pasa bajo tu mano y se cuela en el musgo dorado de tu sexo.

Cómo podría adorarte más que ahora que todo esto sucede en la habitación diminuta en la que buscamos hoteles en California, vimos estrellas reventadas en nuestro jardín e, incluso, conocí tus hielos.
Es la felicidad, una sensación que cortinas movidas por el viento cuando la tarde cae y el calor pierde su dolorosa presencia.
Un sonido de mar, como las caracolas de tu cuerpo.
De húmeda paz, de lento prodigio que hace semanas que se produce.
¿Me regalas un milagro? Uno más
Y entonces abres los ojos y el faro verde de tu mirada me ilumina por dentro y me da miedo.

Porque cada vez pienso en ti en adjetivos, y no sé si eso es bueno pero es cierto.
No sé si es que te estoy convirtiendo en lienzo que yo pinto con palabras que no son realmente tú sino mis propios sentimientos.
No sé si ya eres tú o simplemente mi sueño reflejado en tu cuerpo.
Si te has convertido en cosa o pensamiento que yo recreo.

Me duele este miedo de quererte hasta hacerte desaparecer.
De amarte como un objeto tan bello como delicado que puede romperse y en torno suyo tienen un halo de prodigio que casi no es humano.
¿Me comprendes?

Creo que no, pues nunca me atreveré a decirte todo esto; tengo un pavor ciego a conocerte. Acaso porque realmente no seas mi princesa de cuento, por no estar a la altura. No quiero saber que no te amo como deseas, como mereces; comprender que yo nunca seré el campeón único de tus sueños y deseos, y por eso sólo te observo, te aprendo para cuando no estés.
No es posible que realmente me puedas querer siendo yo algo tan pequeño.
Las probabilidad está por completo equivocada, pues me hizo ganar el primer premio varias veces consecutivas.
Y acaso no lo merezco.
No mereces que te convierta en una pura imaginaria


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