Qué más se puede decir que lo que dice la música, ¿no os parece?
Seguro que también muchos de vosotros, en especial tú, ¿lo habéis sentido, verdad?
Hay un momento en la vida, tan sublime como trágico, en el que nos visita una estrella, cayendo en el jardín con un estruendo de mundos estallando.
No se puede hacer nada ante eso. Nunca puedes evitarlo. Unos ojos verdes te persiguen como lagos de cuento de hadas o el pelo dorado se incendia ante la deflagración de esta estrella que te cae en el centro mismo de tu propio corazón haciéndolo astillas, y en medio del dolor más profundo al fin descubres que lo que habías creído que era la felicidad hasta entonces era una pálida sombra de que ahora sientes con el pecho reventado y huracanes en las manos.
Por primera vez en dieciséis años viviendo estás vivo realmente ahora que tus manos sienten otro cuerpo como si fuera el tuyo y su aliento se enlaza a tu propio aire de respirar en el primer beso.
Descubres que las estrellas fugaces son algo más que puros meteoritos cruzando la atmósfera, pues son las letras con las que los dioses hablan con los elegidos (y aterrorizados) por la Gloria infinita de un Nosotros.
Ese es el milagro y la condena, pues quien una vez conoció la LUZ ya no puede conformarse con otras pequeñas luces, y volverá a su jardín una y otra vez esperándote, encarcelado en ti para siempre.
Tus recuerdos se convertirán en eslabones de una larga cadena que ya nunca te abandonará, prisionero de tu estrella que, acaso, una y otra vez volverá, aunque nunca el primer brillo y terremoto personal.
(Es la memoria, poco a poco desteñida, de la maravilla sin cuento de las primeras veces)
Porque las estrellas son milagrosos desastres que destrozan todas nuestras previsiones para convertirnos en una ola en el mar, sin otros rumbos que los vientos variables de tus miradas.
Precisamente hoy, precisamente en un 12 de agosto, es importante saber todo esto y, pese a todo, nunca arrepentirse
Programa emitido el viernes 12 de agosto de 1994.
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