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miércoles, 19 de junio de 2019

AQUELLAS PRADERAS AZULES. Divina.

DALE AL PLAY DE UN AMOR DE DIECISÉIS AÑOS




Cómo puede cambiar tanto una persona y madurar con esa rapidez. Aún hoy me lo pregunto.

Cuando lo dejamos por primera vez eras una niña, y tres meses después encontré a una mujer esplendorosa y completa. 

Quizás fue el dolor (lo supe muchos años después) el que te convirtió, pues yo había dejado una pequeña, bellísima, delicada flor, y ahora eras una cereza carnosa, toda llena de zumo, que bailaba en la pista del Penta, divina, con pegatinas en el culo. 

Tu cara lavada había desaparecido y llevabas los párpados pintados amarillo y violeta como el Boy George de nuestros amores, con los labios de brillo transparente, y de la Sabrina que había conocido sólo quedaba la sonrisa triste y esas manos de papel que no sabían en qué posición ponerse. 


Divina, programada para el baile cuando en la noche todos los monstruos tienen nombres de mujer, y tú sola en medio de la pista perseguida por todas todas las miradas. 
¿Cómo podía haber sucedido eso? 
Cambiaste tu forma de vestir y desaparecieron aquellos pantalones holgados para ceñirse a tu cintura. 
Recortaste esa larguísima melena de niña coqueta y obediente para quedarte con el pelo suavemente ondulado hasta los hombros, 
y tus palabras tuvieron desde entonces un pozo de luces y deseo del que antes habían carecido, como si la música de Radio Futura te hubiera poseído, bailando bajo la araña de luces que proyectaba la bola de espejos. 

Solo tres meses habían pasado y, aunque tuviéramos la misma edad, yo era aun más niño que antes a tu lado, pero no me importaba. 
¿Recuerdas? 
El verde de tus ojos se había vuelto mucho más profundo y tu figura se había afinado, igual que tus gestos; las esquinas de tus actos habían perdido inseguridades mientras ganaban sombras. 
Pero a mí todo aquello no me importaba, al contrario. Tras las duras derrotas de los meses pasados el mundo había recobrado los colores; me seguías queriendo pese a todo y todos, esperándome en medio del frío glaciar para darme el beso más maravilloso del mundo
Era feliz en mi nube de algodón dulce sin darme cuenta que cada paso que yo daba, tú avanzabas cinco, y se abría poco a poco un abismo entre los dos. 
Pero yo pensaba que ya había colmado mi cuota de sufrimiento, y solo me dejaba ir. 

Era tan inexperto...

... que todo me daba igual mientras pudiera bailar contigo la noche entera como si esto fuera el trópico. 
Bailar a tu ritmo o verte bailar sola, convertida en momentos de milagro, bajo la canción de Eurytmis en mi ángel particular y rubio, un ser alado y transparente, congelado en los flashes de la pista. 
Pues de princesa de cuento habías pasado a ser reina de oros con una Coca-Cola en el vaso de tubo largo en la mano mientras dejabas llevar por la música y me hipnotizabas con tus movimientos. 
Tus ojos cerrados para que la música no tuviera obstáculos y te acariciara los muslos, te tocara los pechos que una noche de aquel invierno conocí como si estuviera en un sueño, pues me parecía imposible algo tan firme que tuviera tanta suavidad dentro.

Divina. 

En qué mundos tan extraños y fascinados había entrado amarrado a tu nueva cintura de carne, a tus besos de hielo y lava bajo el ritmo de Radio Futura que paraba el mundo entero por el elegante calor de un sólo gesto tuyo, por el enigma de hierba madura de tu mirada mientras bailabas y yo creía...

Sí, realmente era demasiado inexperto que de nada me daba cuenta, pues todo lo llenabas tú mientras...



Hay cosas en la noche que es mejor no ver

Eres una bruja de oro eres un pequeño gangster 



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