miércoles, 5 de junio de 2019

AQUELLAS PRADERAS AZULES. Karma Chameleon. La canción del primer beso

DALE AL PLAY Y RECUERDA TU PRIMER BESO




Karma chameleon. La única canción.

Todo un frasco lleno de colores que me ha acompañado la vida entera.
Una canción profundamente verde esperanza como sus ojos, con aquella armónica que parecía el crecimiento suave de la hierba, mecida por el viento. 
Una melodía encantada en la que el bajo continuo del sintetizador imitando un contrabajo tenía el aroma de su colonia de agua de lavanda, y la voz de Boy George, amarillo y rosa como sus párpados, a veces violeta luminoso dentro de su profundidad. 

Era una canción con voz de ocaso cayendo levemente sobre las piedras que guardaban el calor del día entero. Una canción de agua suavemente movida, el agua dorada de su cabeza rendida y apoyada sobre mi pecho, como un ángel aparecido 
Esa canción que tú me grabaste cuatro veces, escondida entre otras en aquella cinta de 90 minutos que arrancaba embarcando a Venus y es la cifra de mi primer amor, de nuestros largos paseos por la urbanización vieja o de las palabras que decían nuestros dedos cuando andábamos agarrados de la mano. Pero si algo fue aquella canción fue nuestro primer beso. 
Un lugar oscuro de tan bello que suena aún en mi pecho. 
Un espacio de las alas blandas de tus costados a los que yo me aferre cuando sentí tu lengua para no morir allí mismo de esa congoja que me impedía respirar siquiera. 
En mis sienes repiqueteaban las baterías que se desbocan al final de la canción mientras mi cuerpo iba perdiendo consistencia y te apretaba contra mi, pues había encontrado, sin pretenderlo siquiera, las puertas del paraíso terrenal. 
Eras tú la que tenías las llaves y habías abierto las compuertas para que un agua de luz nos arrastrara en la burbuja azul de Karma Chameleon. 
Sólo tu y yo unidos por el aliento, 
Perdidos de nosotros mismos 
Al fin extrañamente completos, 
Como si un destino entero nos hubiera estado esperando con olores a espliego y nos volviera imposibles de tan felices como nos sentíamos inventando por primera vez el primer beso 
Azules y rotundos. 
Prisioneros de nuestro propio bosque encantado 

Yo todavía recuerdo, como si también fuera una canción, un cielo inmenso agujereado por miles de estrellas, y tus ojos eran las más bellas y luminosas cuando te asomaste a los míos y me miraste como jamás yo había sentido
Había tanto... 

A los dieciséis años no se conocen tantos adjetivos para describir aquella mirada untosa de aceite, con apenas una gota de brillo en medio de ella, como si fuera una lágrima (y quien sabe, tal lo era). 
Me miraste así, como si de pronto estuvieras totalmente desnuda con toda la ropa puesta, y abriste los labios muy suavemente. 
Yo esperé una palabra, pero en vez de ella tu cabeza fue bajando muy lentamente mientras una cascada de pelo rubio me cegaba las estrellas, y de pronto sentí posada tu boca sobre la mía. 
Asfixiado por el pánico yo me abracé a tí pero tú no dejaste que te ganara la confusión, y tan ciega como yo en aquel momento de los descubrimientos tu lengua avanzó para rozar mis labios, abrirlos como se come fruta, seguir hasta mi aliento y...

¡Qué más se puede decir! 

Los monstruos de mi pecho se aplacaron pero seguí aferrado a tu espalda y nuestras lenguas comenzaron a jugar, enredándose en lamentos. 
Eras tan blanda entonces, irradiabas tanta blancura en mi cuerpo que yo me sentí de ti y te sentí crecer por dentro con ondas amarillas y violetas mientras me besabas y en mi corazón sonaba tan fuerte Karma Chameleon que era imposible que no lo oyeses con las armónicas de tus dedos enredadas en mi pelo y los contrabajos de nuestras respiraciones entrecortadas. 
Lo demás...

Lo demás ya lo conté.





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