martes, 26 de febrero de 2019

ÁNIMA MUNDI. LUIS. UB 40 Los besos que sabían a Caribe en medio de la noche helada de un viernes

DALE AL PLAY Y DÉJATE VIVIR EN ESTA CANCIÓN


¿Cómo puede saber una canción caribeña al frío de diciembre de una noche gélida de viernes, cuando yo bajaba del autobús de línea frente al Penta?
Simplemente, porque ella me estaba esperando.
Por eso sabía al frío que entró al abrirse la puerta del autocar. Un frío azul e hielo que venía a lomos en el viento, más allá de las montañas.
Un frío atroz que no pude apenas sentir, pues aún con el autocar en marcha yo la vi allí esperándome, toda rubia bajo el plúmax blanco  al que se abrazaba.
Era un sueño, mi ángel soñado, y aquella noche de viernes yo la vi como si fuera la primera vez que lo hacía, bajo los focos del pub, tiritando y con la sonrisa helada con la que me besó hasta que quedamos sin aliento.
Por eso el Caribe en medio del invierno, el del interior de su boca, el de la lengua que me dijo te quiero sin necesidad de hablarlo, y sus manos como témpanos, y sus mejillas incendiadas bajo la piel helada.
¿Cómo no amarla entonces?
Divina
Sólo teníamos dieciséis años y estrenábamos un amor, el primero, que nos llenaba el pecho de luces que iluminaban nuestras palabras que salían de la boca envueltas en vaho y ansia, como si hiciera una eternidad que no nos viéramos.
Y por eso, después del beso, entre medias incluso de él nos decíamos, nos contábamos, queríamos decirnos mil cosas importantes pero no nos daba tiempo, pues teníamos que volver a besarnos.
Éramos imanes.
Nos dolíamos entre risas, mientras un beso, un decirnos: 
- Estás helada
- Un poco
- Estás tiritando.
- Tú también.
- Pero no tengo frío
Sólo el pecho lleno de espuma y lágrimas, como si necesitara llorar de lo maravilloso que era el mundo cuando sus ojos estaban a su lado mirándome con aquella ansia dulce que descubrí ya desde la ventanilla del autocar.
Los tenía dentro de mi alma desde hace unos pocos meses pero me volví a derretir y no sentí el frío cuando bajé por las escalerillas.
No podía hacerlo, pues ella estaba allí, esperándome. ¿Os dais cuenta?
Me esperaba y, cuando me acerqué, convirtió su sonrisa en un beso largo y caliente que sabía a lavanda.
Entre sus labios y sus manos se colaba la canción de Caribe, escurriéndose tras las puertas del Penta, y cuando terminó yo llevé su boca a su oído y la dije:
Y por toda continuación me abrazó como si no hubiera un mañana.








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