Según se va avanzando desde el Tesoro, el viajero encontrará a su derecha un conjunto extraordinario de tumbas llamadas reales pues, aunque no se conocen exactamente sus promotores, su propia monumentalidad debe estar relacionadas por patrones muy poderosos.
Su situación, abierta hacia el oeste, le permite una iluminación extraordinaria por la tarde pero también la fuerte erosión de los vientos del oeste, cargados de humedad.
Esto explica su estado más deficiente de conservación pero, también, la aparición de las vetas de un maravilloso colorido gracias a las areniscas rojizas.
Entre ellas aparecen la de la Urna con una estructura abovedada baja para crear una plaza ante ella (los arqueólogo están divididos entre tiempos nabateos o romanos).
Destacan unos pórticos laterales y un interior en donde los tradicionales nichos se convirtieron en ábsides en tiempos bizantinos, cuando fue utilizada como basílica.
La de la seda, mucho más erosionada presenta también sus columnas de orden gigante y el habitual coronamiento de dos escaleras afrontadas de origen persa.
La tumba corintia, que copia el modelo del Tesoro.
La tumba del palacio que copia en su talla los palacios helenísticos (aunque una curiosa, y no griega, disminución acentuada del tamaño de los pisos y sus pilastras.
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