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miércoles, 31 de julio de 2019

AQUELLAS PRADERAS AZULES. Un barco en donde enredé mi destino. Mecano.


El barco a Venus de Mecano es una perfecto ejemplo de cómo synth pop se introdujo en España
Una poderosa percusión y unos sintetizadores (en dos tonos, uno de bajo continuo, otro mucho más alto) invadían todos los rincones con sus armonías repetitivas que iban progresando como una carrera cada vez más veloz que sólo lograba pacificar (momentáneamente) la voz delgada de Ana Torroja que...
Pero, ¡para qué cuento yo todo eso!, parezco un locutor musical.

¡Qué importancia pueden tener unos sintetizadores cuando aquel barco a Venus fue mucho más que eso: fue la canción principal de la banda sonora de mi primer amor, la de aquel verano eterno qué duro tan solo 17 días, igual que la más bella flor, pues el tercer día de estar saliendo, antes incluso de lograr besarnos, mientras andábamos agarrados de la mano como naúfragos en reposo por aquella Urbanización Vieja, ella paró un momento y me miró con sus ojos atardecidos.

- Me gustaría que tuvieras esto - dijo mientras sacaba del bolsillo una cinta grabada (los milenians, consultar qué era eso en wikipedia) que se abría con esta canción y se cerraba con el Karma Chamilion de Culture Club.



Desde entonces estas dos canciones fueron el tres, dos o uno de en mi banda sonora sentimental para no salir ya nunca más de ella; presencias llenas de fresas ácidas que aún hoy provocan un dulce escalofrío de amor y espanto mientras el zumo rojo desciende por los labios, igual que el primer beso.
Cada mañana, antes incluso de levantarme de la cama, le daba al play del casete del que no salió la cinta durante dos semanas y las escuchaba con el alma desbocada, incapaz de comprender cómo podía ser uno tan feliz y completo, con el pecho lleno de ansias que sólo si sabían crecer hasta las siete de cada tarde, cuando la veía venir hacia las Piedras del Fumadero con aquellos pantalones amarillos y la blusa holgada.
Era tan bella entonces.
Su pelo jugaba con el sol atardecido que Sabrina iluminaba con una sonrisa triste, y ella no sabía qué hacer con las manos ni yo con la plenitud sin manchas en la que nadaba mi corazón enloquecido mientras terminaba de andar los pasos eternos que nos separaban y
- Hola, Luis.
- Hola, Sabrina.
Decíamos en una conversación que tenía muchas más palabras dentro que las que se pronunciaban hacia fuera.
Cuánto te he echado de menos
No sé vivir sin ti.
Estás preciosa.
Eres mi soldado desconocido.
- ¿Damos un paseo?
- Claro.
Y cuando ya estábamos lejos de las miradas indiscretas nos tomábamos de las manos para hablar con nuestros dedos en la palma del otro, incapaces de hacer otra cosa más, mientras en mi cabeza sonaba aquel barco a Venus.

Qué más daba que la canción hablara de drogas y sus infiernos.
Yo sólo volaba lejos sintiendo su piel caliente entre mis dedos, por debajo de las uñas, arriba, abajo, por todos los lados, mientras andábamos muy despacio para engañar al tiempo de las dos horas escasas que teníamos para nosotros, alargándolo como magos en prácticas que tenían que decirse tantas cosas pero aún no conocían las palabras precisas, y los gestos eran tan deliciosamente torpes que casi nos caemos en el momento en que ella arrastró su mano por su cintura para que notara una tibieza que jamás había imaginado y la ansiedad subiera por mi pecho, incapaz de aguantar toda la felicidad que me ardía dentro.
Todo aquello era esa canción, y las miradas a hurtadillas, incapaz de comprender cómo podían existir unos ojos tan verdes y soñadores. Cómo podían haberse fijado en mi precisamente. Un pobre diablo que una semana antes todavía era heavy y lo había abandonado todo por la paz de aquellas manos de uñas mordidas que sólo se apaciguaban jugando con los rizos de mi pelo mientras empezaba a atardecer y aparecían las primeras estrellas como un milagro más en aquel país de las hadas en donde la chica más bella que jamás había visto cada tarde venía a buscarme, sonriendo, como una película en la que Mecano y Culture Club ponían la banda sonora de 17 días en los que el mundo antiguo se había derrumbado como un castillo de naipes y en los escombros, sin dolor alguno, había brotado una flor dorada como su larga melena que se vencían como una fuente cuando yo me rumbaba en las Piedras del Fumadero con mi cabeza en su muslo y le hablaba sin parar de todas aquellas cosas que nunca había dicho a nadie (ni siquiera a ti, Solsona) por la pura magia de tu atención que a las nueve y media se rompía apresuradamente pues tenías que volver a casa y yo no podía acompañarte no fuera a ser que alguien nos viera.
Te veía entonces alejarte muy aprisa como una cenicienta sin carruaje y antes de doblar la curva del camino te parabas y te volvías un instante que era azulmente eterno, blando como los sintetizadores (o quizás algo parecido; no lo sé realmente), pues lo único que sentía era el terrible peso de las horas que ya faltaban para volver a verte en el que escucharía una y otra vez aquella cinta que encerraba las claves de la más alta de las felicidades, la que florece por primera vez en la adolescencia y nos cambiará la vida para siempre.

Ese fue mi barco a Venus. Mi verdadera y única droga de la que nunca más podría desengancharme



                           Luis. Soldado desconocido


                       AQUELLAS PRADERAS AZULES. ÍNDICES




                                  ÁNIMA MUNDI

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