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miércoles, 5 de febrero de 2020

AQUELLAS PRADERAS AZULES. Las oraciones adversativas de mi corazón

PULSA PLAY AUNQUE




Hacía frío ya por las noches aunque todavía fuera oficialmente verano, pero ya habían llegado las tormentas de final de agosto y el agua de la piscina se había enfriado tanto que sólo servía para verla desde la terraza, tan terriblemente azul como un sueño.
Ya nadie se metía en ella, y sus aguas remansadas tenían una extraña melancolía, la de un verano que acababa, el primero sin ella.

- O el primero de nuestra amistad.

Y, como siempre, Pili tenía razón.



Desde el final de lo nuestro había ganado numerosos amigos en la Sierra con los que jugar al mus primero y luego al futbolín, aunque el gran hallazgo era aquella chica menuda y pecosa que en pocos meses se había convertido en casi un Solsona dentro de mi corazón, un viento sereno en medio de la esquizofrenia de mis veletas interiores.
Era cierto, aunque...

¡Por Dios, qué feliz habría sido si alguien, tan rencoroso, no hubiera inventado las adversativas! 
Aunque, pero, sin embargo.
Mis conjunciones favoritas en aquel largo verano en donde se mezclaron las rosas con largos paseos nocturnos para ocultar las lágrimas, cuando Pili, que tenía que fichar tan pronto, me dejaba al albur de mis propios naufragios que tenía el color rabiosamente azul del agua de la piscina con la que yo me levantaba con un pesado pasado pegado a los ojos.

Pese a todo lo ocurrido había conseguido aprobar 2 de BUP y abandonar finalmente el suplicio de las matemáticas, tenía buenos amigos pero...
Una imagen me seguía persiguiendo, aunque ya no fuera realmente la de Sabrina. Era algo más sutil, un dolor de pérdida y soledad recobrada tras aquellos meses de besos y complicidades, y junto al deseo que con ella, había descubierto que el sentirse una vez más extrañamente incompleto era una maldición aún más terrible de lo que recordaba, acaso por eso mismo, por haber conocido el reverso luminoso de la moneda. 
Tal vez fue por eso por lo que decidí enamorarme de aquella chica que conocía desde hacía años, ¿o fueron sus ojos y su sonrisa que me prometían inciertos futuros de intimidades que sustituyeran a los de mis recuerdos?
Posiblemente también era eso, y también una colección de gestos sin aristas que me empezaron a fascinar a finales de verano. Gestos acaso sin importancia pero que resultaban suaves como plumas, dejándome los pulmones limpios de suspiros y un tacto a terciopelo entre los dedos. 

Evidentemente (aunque yo entonces no supe por qué) no le dije nada a Pili, y solo me reunía con ellas y sus amigas a las puertas del Penta, aunque nunca pasáramos, pues ahora había que pagar una entrada para hacerlo.
Posiblemente Manuel me habría dejado pasar gratis, pero a ellas no, y nos dedicábamos a estúpidos juegos de adolescentes junto a la puerta, acariciados por las ráfagas de músicas que salían cuando alguien la abría.
Entre ellas estaba Ole Olé, la Escuela de calor o Sildavia, no hay, falsa pasión
Entre ellas y el frío nocturno que nos había obligado a sacar las primeras chaquetas jugábamos a seducirnos unos a otros, a veces incluso por personas interpuestas, y bastaba una sola mirada para dejar la noche en blanco al alcanzado, o un roce casual de manos, un movimiento que te acercaba a alguien lo suficiente para conocer un resto de colonia.
Pequeñas minucias que se podían analizar durante horas con los amigos.
-Pues yo creo que a María Jesús le gustas.
-No digas tonterías.
Pero el que se quedaba tonto eras tú, y el gol del delantero se producía con facilidad.

Ocurría eso, y al final de la noche las acompañábamos a la Urbanización Vieja hasta que un día cualquiera aquella chica y yo acabáramos en las Piedras del Fumadero después de una larga carrera entre risas pues ella me había robado... 

Aún jadeantes nos quedamos tendidos en las piedras y yo vi el cielo reventado de estrellas mientras ella me tomaba la mano. 
Tenía los dedos fríos y yo me giré buscando su cara pero... 
Pero no la encontré. 
Solo me encontré a una extraña que no reconocían los pliegues de mi corazón, y aún así quise besarla sin encontrarme más que con un aliento ajeno al que le faltaba el calor. 
Una humedad sin magia a la que intenté aferrarme desesperadamente mientras, en vez de estrellas, llovían pasados sobre mi espalda. 
Una pura sensación de

- De lástima de ti mismo, ¿verdad? 
Y de nuevo Pili tenía razón, aunque yo...







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