miércoles, 17 de julio de 2019

AQUELLAS PRADERAS AZULES. Héroes del futbolín

DALE AL PLAY Y JUEGA AL FUTBOLÍN COMO SI FUERAS UN ADOLESCENTE EN LAS TARDES DE VERANO Y FUEGO


 
No vale guarra, no vale media ni de portería a portería. 
Esa era la letanía con la que se empezaban todos los partidos de futbolÍn, casi una oración, porque todos nos sabíamos las normas, pero las liturgias son importantes, más en un juego tan sagrado como este que nos ocupaba la tarde entera del verano, desde el final de la partida de mus hasta la caída de la noche. 
No vale guarra, no vale media ni de portería a portería.

Esas eran las normas del sacrosanto juego, aunque luego existían muchas más, como la obligación de pasar por debajo del futbolín cuando te dejaban a cero y añadir un duro más porque la humillación es una lección importante en la adolescencia, ese período en que los egos se desarrollan, y unas veces se ensanchan hasta el infinito y en otros se contraen, queriéndose volver invisibles; todo en la misma persona. 

Por eso era algo más que un juego, y ganar una y otra vez era fabuloso pues te permitían seguir jugando mientras los antebrazos y los codos te iban ardiendo cada vez más y tenías la camiseta empapada de un sudor espeso.
Hasta cuánto aguantaré, pensabas, no sería mejor fallar esa parada tan fácil para descansar un poco. Me estoy meando... Hace mucho calor y... ¡Mierda! Al final me la colaron!

- ¡Ha sido con la guarra! 

- Venía de rebote. 
- Ni de coña. 
Pues también se practicaba la esgrima verbal cuando ya no existen otras
El futbolín era un juego muy completo y servía para llenar las largas horas vacías que se tienen en aquellos años de la adolescencia en donde uno tiene tantas cosas que empezar a hacer que al final no hace nada y dormita viendo pasar la vida, pues en fondo quién se se siente inmortal a esta edad de trágicos granos y ansias de absoluto en aquel sin término de las tardes de sopor de julio, cuando el mundo se queda parado y oscuro en la plenitud del sol.

Por eso, lo mejor es jugar al futbolín como si  te fuera la vida en ello.
Olvidarte de todo para no perder la concentración, pues en cualquier minuto puede llegar el momento de pasar de villano a héroe, sobre todo cuando tu compañero te pasa la bola suavemente desde la defensa y tú la recoges con la media, la mimas como un ser delicado y consigues, limpiamente, pasarla la delantera.
La aferras entonces con el extremo haciendo cuña sobre ella, la pasas al centro y te permites la chulería de soltar por un momento la mano del mando para secarte el sudor de la palma mientras miras a los que te miran mientras suena en el bar de arriba Supertramp o la ELO. 
Es el momento de la gloria o el desastre cuando vuelves a incurvarte y, con suavidad, dejas escapar la bola para dejarla en el lateral del central que gira en torno suyo sin tocarla hasta que, de repente, mandarla al extremo que amaga el tiro pero en realidad sólo la devuelve al centro que la empala con todas sus fuerzas ante una defensa hecha trizas que no puede evitarlo y la bola golpea con un ruido seco (ese es el verdadero sonido que tiene el triunfo) contra el fondo de la portería. 
¿Puede haber una sensación más maravillosa a los 17 mientras escuchas a Bowie?

No te rías, Pili; las cosas tan sencillas tienen bajo ellas muchas capas de pequeñas verdades


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