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miércoles, 4 de diciembre de 2019

AQUELLAS PRADERAS AZULES. PINCHANDO EN EL PENTA

MUCHOS AÑOS DESPUÉS, LUIS UTILIZÓ PARTE DE ESTA HISTORIA PARA COMPONER UNO DE SUS PROGRAMAS.


-¿Por qué no subes, Luis?

-¿A dónde?

-A la cabina, a pinchar

-Pero, como voy a pinchar, Manuel. Nunca lo he hecho

-Pues algún día tendrás que empezar.

-Pero...

-¿Te apetece o no?

-Muchísimo. Pero, ¿y si lo hago mal?

-No creo que me espantes a mucha clientela a estas horas.
- Yo...
- Venga. Ponte hasta que llegue Sabrina de trabajar.
Y mientras me iba de la barra hacia la cabina añadió como si hablará consigo mismo:
-Ya sabes de música mucho más que yo. La tienes tan dentro que solo tienes que dejarla salir. Es tu destino (¿o esa última frase, casi de la Guerra de las Galaxias, nunca la dijo y yo quise imaginarla como buen adolescente que era, tan épico como tierno?) 
Quién sabe, lo único cierto es que subir aquellos peldaños de la cabina significó toda una revelación, pues yo solo tenía 16 años y aquel lugar, desde la primera vez que lo vi, siempre me había parecido un lugar mágico, pero prohibido. 
Allí estaban los dos platos y su mesa de mezclas, el juego de las luces de la pista y una discoteca inmensa de singles y maxis que convertía a mi colección, tan trabajosamente adquirida con la paga semanal, en una simple broma. 
Pero no fue la envidia la que me arrastró. Es difícil ponerlo en palabras, pues me sentí como si todo aquello fuera un paisaje largamente conocido, el de mis más escondidos sueños. 
Por eso
¿Por donde se empezaba? ¿Qué había que hacer?
¿Había algo mejor para empezar?

Mientras sonaba comenzó lo más difícil. 
¿Cómo se hace para mezclar?
Ya estaba girando el corazón de cristal de Blondie en su plato y había que acompasarlo con el final de Oldfield que repite una y otra vez el duelo de voces y guitarra, y yo intenté ir haciendo entrar el disco en las pausas de la voz, regresando luego al anterior. 
Algo realizado por pura intuición que se pronto hizo levantar la mirada de Manuel desde la barra, mientras sonreía, levantando el pulgar cuando acabó la transición y entró, ya sin duda alguna, el ritmo disco de los neoyorquinos. 
Pura suerte, pensé entonces, siempre incapaz de valorarme los méritos, pero el milagro volvió a suceder con Human League al que siguió el Avalon de Roxy Music con tal naturalidad que parecía estar hecho sólo para que sucediera esa mezcla. 
Qué maravilla. 
A partir de entonces fui eligiendo la música como si nadase por el fondo de una piscina, conociendo de antemano sus relaciones y disarmonias con las que jugaba como si fuera un yoyó que se alzaba y se recogía. 
Fue así como sucedió aquel extraño y fascinado sortilegio que fue cautivando al escaso público que estaba en el pub, más atento a los cambios de humor y magia de las transiciones que a las propias canciones. 
Igual que una burbuja azul, viviendo en el interior de la música como si cada tema fuera necesario, algo imprescindible en un relato del que sólo yo conocía sus claves más secretas pero todo el mundo gozaba como si en el fondo de sus almas resonaran amores actuales y pasados. 
Pues todo estaba hecho solo para ti, Sabrina, y apenas un segundo antes de entrar, cuando supe de ti por la mirada tierna de Manuel, se oyó sonar una armónica verde, un bajo rotundo que dejó el mundo en suspenso para que tú aparecieras bajo el palio de fresas de Karma Chameleon, tan dorado como tu pelo cuando giraste la cabeza ante una señal de Manuel y, tras la sorpresa de verme allí, me sonreíste. 
Yo me derretí entonces y me dispuse a bajar pero tú negaste con la cabeza, diciéndome sin palabras: 
No, por favor, sigue contándome como es que te puedo querer tanto que no soy capaz de medirlo. Dime todo lo que quiero oír con tu música. 
Por supuesto, mi amor. Aquí tienes toda nuestra historia, desde los barcos a venus a divina.

La paz de Xanadu y la batería sin pausa de Bonnie Taylor.

Toda tú hecha música en una de las tardes más felices de mi vida en donde elegía los discos en los rincones de luz de tu mirada, y jugaba a hacerte de rabiar yendo y viniendo, aplazando un instante más aquella canción que más deseabas. 
Por favor

Dímelo otra vez. 

No pares ahora, no me

Solo quiero oírlo de tus labios. 

Y como quieres que te lo diga si no me puedes escuchar. 

Inténtalo, mi amor. 

Ponla ya de una vez, pues si no te mataré.



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