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miércoles, 22 de abril de 2020

AQUELLAS PRADERAS AZULES. Mayca fue mi estrella de la radio

DALE AL PLAY PORQUE, PARA COMENZAR, TODO DEBE MORIR PRIMERO


En mi habitación había pocos pósters pues todo lo ocupaban las estanterías llenas de libros y discos, y tan solo uno de Bruce Lee volando con su pierna en alto había conseguido sobrevivir a los terremotos de los últimos meses.

Había dos armarios para ropa (uno de cuerpo entero, el otro solo para pantalones y camisas con unas barras extensibles) y un bureau que dejaba bajar una tabla para hacer de mesa.
Sobre ella siempre había miles de papeles y para encontrar algo había que seguir las reglas básicas de la arqueología. Cuanto más moderno más arriba y si esos apuntes eran de febrero... Por aquí más o menos, a un tercio de altura.
La cama estaba junto a la ventana y en el otro lado de la habitación, encerrada en su armario negro y con cristales, vivía la corona de la estancia, una cadena de música regalada a trozos (primero la doble pletina y los altavoces, luego el ecualizador, finalmente el tocadiscos... Reyes, cumpleaños y santo, nuevos Reyes; todo ese camino me había costado)

En la parte superior de los armarios había altillos en donde fueron guardándose los geypermanes según fueron llegando los discos de rock y pop. El tanque, el jeep, el carro de combate o la torre de entrenamiento que a mi padre le costó todo un día de reyes montar y que ahora yacía en su caja, triste y polvorienta como un arpa, mientras el cuerpo se llenaba de hormonas, salían granos en la frente y en la radio sonaba ABBA pero también esa canción sobre la estrella de la radio que tenía un sonido misterioso, lleno de promesas desenfocadas que conformaban el FUTURO.
Vaya terrible PALABRA.
Ante ÉL había ansias pero también mucho miedo, pues parecía una casa enorme llena de puertas entornadas que uno quería abrir pero... No, no quiero hacerlo aunque un nudo apretaba el pecho, y no solo eso.
En aquella habitación conocí por vez primera el deseo como un animal enjaulado con dientes blancos y finos que se afilaban ante algunas escenas explícitas de las revistas y las películas.
¿Cómo sería su tacto? ¿De verdad que las mujeres reales serían así sin su ropa?, me preguntaba mientras una dureza nueva recorría mi cuerpo y recordaba, quizás, el pelo largo de Maite, aquel jersey apuntado de Mayca con la que tanto había jugado y que desde hacía unos meses se había vuelto tan distinta y lejana.
¿Por qué no me salían las palabras cuando ahora me encontraba frente a ella? y tartatatamudeaba, enrojeciendo al tocar por error su piel eléctrica.
¿Ya no podíamos ser amigos como antes?
¿Por qué las cosas que antes eran blandas se habían llenado de filos?

A veces, volvía a sacar los clic y montaba todo su pueblo del oeste para recobrar los sueños perdidos, pero pronto me daba cuenta de que todo había cambiado y nada quedaba de las largas tardes jugando a serif y pistoleros con Carlos. Se había esfumado la magia o tal vez solo había cambiado de sitio, y volvía a escuchar aquella canción como si en su interior estuvieran las claves de aquel mundo nuevo.
Mientras lo hacía pensaba en la nueva Mayca y esos vaqueros ceñidos que la habían vuelto tan distinta, como si de pronto andará desnuda por delante mío.
Era una imagen tan feliz como dolorosa que a veces se desbordaba con los comentarios de otros compañeros de la clase.
Alguno de ellos, incluso, alardeaba en el recreo de haber estado con ella a solas, con sus manos bajo el jersey...
¡No, no podía ser!
Pero entonces volvían a mi mente aquellos sonidos metálicos de los sintetizadores, sus voces de robots, el estribillo pegadizo que traduje de oído y mal, y comprendía que tú eras una de las estrellas de la radio que ya estaban muriendo, igual que los geypermanes o los libros de Salgari y Julio Verne.
Cosas inservibles en este nuevo tiempo que se iba llenando de ruido y temores en donde las horas corrían distintas mientras miles de sabores nuevos me llenaban el paladar y, estúpido e infantil, besaba mi antebrazo intentando saber que se sentía besando unos labios sin jamás conseguir acercarme al milagro de dos bocas que comparten aliento hasta años después, cuando ya la canción había pasado de moda pero yo la seguía escuchando fascinado por su misterioso sonido que tenía algo de nave espacial en medio de las secretas carnalidades de los coros femeninos.

Como tú, Mayca.
Dulce y de repente inesperada, como si de pronto te volvieras intensamente anaranjada, casi líquida, demasiado intensa para un pobre diablo que en su voz aún mantenía registros demasiado agudos que aparecían siempre por sorpresa, como un cuchillo clavado en lo más hondo de tus timideces.
Me sentía entonces tan transparente y vulnerable que podía pasar toda la tarde llorando por todo lo perdido pero, también, por lo nada todavía conseguido, porque
¿Como iba a conseguir yo pedirle salir a una chica como ya habían hecho alguno de mis compañeros?, les decía a mis geypermanes, aunque ellos hacía meses que habían perdido la voz y no contestaban a mis preguntas. Se habían convertido en testigos mudos y el mundo, mientras tanto, se había llenado de ruido y viento, con un temblor inesperado que de pronto se colocaba en la boca del estómago y llenaba todo de imágenes acuáticas que se iba apoderando de mi cuerpo cada vez más desacompasado con la imagen de Olivia Newton Johnes toda rubia y ajustada, como tú, Mayca, cuando te compraste ese mono de cuero y yo me sentí morir de otra cosa que podría ser amor pero no lo era, pues nuestra infancia había quedado clausurada con él y era imposible que siguieras siendo la niña con la que me casé de bromas un día cualquiera, y jugará a médicos y enfermeras, pasando un miedo atroz cada final del verano, cuando los mayores nos asustaban en la parte de atrás de la colonia.
Una estrella de la radio muerta y sepultada tras la que se abría un mundo de peligros... tan deseado.
Tan inesperadamente complejo
Tan lleno de inquietudes...
....y de falsos caminos
¿Cómo poder explicar todo esta cadena interrumpida de terremotos?






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