martes, 26 de marzo de 2019

ÁNIMA MUNDI. LUIS. Tequila y nuestros catorce años

DALE AL PLAY Y PERMÍTETE VIVIR DENTRO DE ESTA CANCIÓN



Nuestra primera adolescencia fue Mecano pero también Tequila y su rock alegre y sin complejos que daba ganas de bailar y nos llenaba las manos de mensajes blandos como pájaros, pero que a nosotros nos parecían lo más arriesgado del mundo pues,
¿Quién no deseó cantarle a aquella chica que jugaba en la pista de baloncesto que había junto a los bancos en donde cada fin de semana te reunías con tus amigos y gritarla: Dime que me quieres?

Tú la veías botar el balón y tenía las piernas largas y muy poco pecho, y a ti se te perdía el tiempo en algún lugar remoto, incapaz de moverte de los alrededores de aquel banco medio carcomido, buscando colocarte siempre de tal manera que pudieras ver la cancha de baloncesto sin que los demás se dieran demasiada cuenta.
Y mientras hacías que reías con los chistes y las bromas de los demás, mientras tanto, cuánto pudiste fantasear con aquella melena rubia corta y sus ojos ¿verdes?, tal vez sí, aunque ahora ya confundes las cosas, pero lo que recuerdas perfectamente es el sueño que durante aquellos meses de primavera te persiguieron, cuando tú al fin te atrevieras a mirarla fijamente y ella, por un destino imposible, te sonreiría para convertirse en tu número uno.

Eso era Tequila entonces.
Evidentemente no era Leño ni falta que hacía. Pues ni ellos lo pretendían ni nosotros lo buscábamos. Sólo queríamos en sus canciones diversión rápida con un pequeño toque romántico de chico que busca chica y se enamora en un sólo instante.
Era volverse loco y salir a cantar, o saltar sin otra razón que ella se había acercado a ti  siguiendo un balón perdido y la brisa de su pelo te había tocado levemente.
Apenas eso o, simplemente, querer besarte, algo que sólo pasaba en las películas que eran tu única fuente de información sobre lo que debía ocurrir una vez que las bocas se hubiera aproximado.

Pues yo ya soy mayor, o tal vez sólo quisiera serlo y sólo vivía de sueños de sábados de las seis de la tarde, cuando ella bajaba a jugar al baloncesto con tal concentración que jamás me vio y yo tuve que tragarme día tras día las lágrimas para que nadie de mis amigos me viera sufrir por aquel amor imposible que me hacía susurrar:
¡Mira esa chica!
¿Cómo te llamas?
¿Cuál es tu edad?
Dime qué haces.
Y a dónde vas.

Cuánto me hubiera gustado decirte todo aquello, pero ni supe tu nombre ni el colegio al que ibas, pues jamás me atreví a acercarme a ti y un día cualquiera llegó el verano y tú desapareciste para no regresar nunca más allá de estos recuerdos que se quedaron incrustados en las canciones de Tequila y sus guitarras aceleradas, acaso un poco borrachas de tanto agudo, que acompañaron a Ariel.

¡Nena!
Nunca pudiste saber cuánto te pude amar con trece años cumplidos y la cara llena de maldito acné.

¡Maldita timidez!






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