Era la primera vez sin padres ni niñez, montando en todo lo que nos placía hasta las 9 en las que actuaban en el auditórium.
Estaban también Ciprian, Solsona, Lucas y unas amigas de Rodrigo que terminaron por aguar la fiesta, una con su borrachera de órdago, la otra con aquellas insinuaciones continuas y la minifalda más corta del recinto que molestó a todos hasta conseguir sentarse a mi lado.
Desde entonces apenas paró de hablar y reírse mientras su mano tonta se apoyaba en mi pierna que agarraba con firmeza en cada chiste
Qué calor hacía, por Dios, y yo me enjuagaba el sudor con el antebrazo mientras intentaba girarme hacia Diana y hablarle de cualquier cosa ante su mirada cada vez más petrificada
- Cor-de-ri-to. Cuatro sílabas ¿Eso sí puedo comerlo, verdad?
Pues no, parecía que no podía hacerlo, pues por primera vez desde que la conocía, Diana perdió los papeles y sin decir esta boca es mía se levantó y se dirigió a la salida , dejándome plantado sin la más mínima explicación.
Tras un momento de indecisión Ciprián salió tras ella, pero esto aún fue peor, pues al alcanzarla ella se dio la vuelta y gritó lo suficientemente alto:
-¡Que se la folle de una vez y deje de babear!
Lo dijo tan alto que hasta Faemino la oyó encima del escenario y con su cara de palo seco, todo vestido de puntillas, le dijo a Cansado.
-Creo que vamos a tener que cambiar de sitio porque el espectáculo se ha trasladado a ese otro lado.
-Ya lo veo. Sácate el puro de las grandes ocasiones y dale otro tiento al sol y sombra.
Pero eso no lo oyó ella que se había zafado de Ciprián para salir definitivamente del auditorio, mientras yo me quedaba clavado en mi asiento presa de un ridículo mundial, haciendo que me seguía riendo para evitar ser reconocido por los cómicos que pronto (afortunadamente) cambiaron de tema y comenzaron a entrevistar (Cansado) a un mamut (Faemino) hasta que alguien del público (que decía ser biólogo) destapó la impostura ante una carcajada general con la que terminó la actuación.
Yo entonces, por un instante...
En un momento pasé mi brazo por su espalda empapada de sudor y pensé en ¿Por qué NO?
Y tal vez lo hubiera hecho si Ciprián no hubiera pasado por allí y como el que espera en un semáforo, dijo muy serio:
-¿Se puede saber qué han hecho los romanos por nosotros además del acueducto, las termas, la seguridad, las calzadas... ?
Y sin esperar mi respuesta tirò de mi sin contemplaciones camino al metro.
Fue este nuestro primer distanciamiento, y volvimos a casa en el mismo vagón pero cada uno en un extremo.
Yo no quise acercarme pese a las llamadas de Ciprián pues (consideraba) no había hecho nada (definitivo) de lo que pudiera arrepentirme. Qué culpa tenía yo de que alguien me tirara los tejos.
Ni siquiera le había dado excesivo carrete aunque la chica era espectacular.
¿Por qué tanto miedo a unos simples toqueteos?
Nadie se iba a morir con eso, ¿no?
¿O es que en fondo Diana había visto en ellos un espejo que jamás nos reflejaría a nosotros?
La pregunta se me quedó clavada dentro, y pronto perdió sus signos de interrogación para convertirse en una pura ansiedad ante un destino que, ¿sería capaz de asumir el no... ?
Solo plantearlo me producía vértigo.