martes, 13 de agosto de 2019

ÁNIMA MUNDI. LUIS. AQUELLAS PRADERAS AZULES. Un bolero de agosto y fuego


DALE EL PLAY Y DÉJATE LLEVAR POR LA MÚSICA, MEJOR SI ESTÁS ACOMPAÑADO



Martina fue, también, además, el Bolero de Ravel que se termina desbocando en un final de fuegos de artificio y percusiones.
¿Lo recuerdas, verdad?

Era, en un principio, sábanas frescas de una siesta bajo el calor tórrido de agosto.
Sábanas recién planchadas, sin arruga ninguna, con la suavidad de un clarinete que anunciaba ya desde sus comienzos la entrada en el bosque encantado de aquella habitación en penumbras rasgadas por los haces de luz que se colaban por los huecos de la persiana.
En ellos se veían bailar, tan suaves, miles de gramos del polvo dorado del arpa, y el fagot entre ellos repitiendo incansable el motivo oscuro y oloroso de aquella melodía española que Ravel había amasado durante años en su mente hasta convertirla en una obsesión con fragancia a frutas un punto más allá de su madurez.

Todavía hoy puedo olerlo en la memoria.

Un recuerdo a mangos en la piel fina de tus antebrazos donde azulaban las venas como pájaros callados, mirando con suave elegancia las evoluciones de los clarinetes y los oboes que formaban bandas  de sombra sobre nuestras cabezas mientras el mundo, allá fuera, posiblemente no existiera y toda la realidad posible éramos nosotros dos solos protegidos del sol implacable y fuego en aquella habitación con pósters de colores ya desvaídos mientras tú me mirabas.

Te recuerdo entonces como un puñado de avellanas,
el rumor de esperas en la luz incierta que te habitaba bajo los párpados,
sin otro maquillaje que las flautas y su alma de vida sin torturas en donde la felicidad era posible, 
las mil felicidades ciertas por las que iríamos pasando mientras la música avanzara hacia el abismo.

Pero todavía no.
Aún no, cariño mío.

Pues tu cuerpo era dócil y blando sobre las sábanas blancas, semejante a una brisa en la que palpitaba la sangre como una percusión cada vez más nítida cuando mis manos se acercaban al inicio de tus muslos de caramelo y menta.
Era eso y el olor de tu pelo amanecido, de tus uñas finas, rojas como amapolas, que desfallecían un instante para volver a hablar sobre mi espalda, arrastrando los metales suaves de las trompetas desde mi cuello mientras el calor poco a poco se iba volviendo un poco más denso y opaco, convertido en una presencia espesa que el ventilador movía casi sin poderlo hacerlo.

El bombo. Las luces inquietas de los platillos.

En nuestro largo paseo poco a poco íbamos sintiendo los pulsos y tus ojos se cerraban como animalillos huidizos; en tu ceguera buscada el cuerpo iba despertando a los deseos de una música cada vez más hipnótica que a mi me latía en las sienes.
¿Cómo poder describir tu piel de melocotones calientes que sabía a los metales de la orquesta?
Cómo seguir viviendo sin el mapa mudo de tu cuerpo que yo fui nombrando cada vez más impaciente, pues el tiempo iba corriendo en la marea del sonido que nos envolvía como una segunda sábana aún más caliente.

Lo recuerdo con la nitidez que tiene la memoria de los tactos.
Una memoria sonora en donde tus suspiros también tomaban compás mientras
sobre tu vientre germinaban las cerezas que yo cosechaba con una paciencia cada vez más inquieta, rompiendo los pasados como pompas de jabón que reventaban al ritmo de los fagots insomnes, los clarinetes de ansiedades que ya no queríamos controlar por más tiempo pues

La melodía de una obsesión.

Un ritornello asfixiante que daba paso a otra cosa.
Se empezaban a acortarse los tiempos, se aceleraban los espacios, y cuando comenzaban a entrar los violines empujándose, yo, tú, ya formábamos un lugar sin dientes, un puzzle perfecto y húmedo mientras las sábanas se arrebujaban en pliegues.
Y el calor tenía su propia presencia que iba desde dentro hacia fuera.
Un incendio que se avivaba.

¿No escuchas los trombones que nos llaman?
¿No ves sus llamas azules entre nuestros cuerpos?

Al fondo estaba el abismo y nosotros corríamos hacia él sin poder remediarlo.
Nos gustaría pararnos, girar en torno nuestro para paladear cada uno de los bocados del chocolate de tus labios.
Pero es ya imposible.
Nuestros cuerpos ya están llorando un sudor de especias. Algo semejante al ámbar como los metales que nos invaden y tienen luces doradas dentro de su alma desesperada y
urgencias como las golondrinas que nos llueven desde el techo y nosotros cerramos los ojos en un intento desesperado por no desaparecer.

Es la música, son nuestros sentidos los que la empujan en medio del calor,(infiernos de gloria)
y todo sucede cada vez más deprisa, ya no hay pausas, gimiendo como violines sin medida, violonchelos roncos más allá de todo y todos pues ya ni siquiera existe el tiempo.
Primero desapareció el afuera y ahora los minutos; sólo existe la obsesión de Ravel como una cama de púas sobre la que estamos muriendo.
Mi vida.

Me gritas que subes y subes hasta tocar las nubes en donde retumban los bombos.
Tienes alas.
Eres un pájaro.

Tiras de mi, me alzas y ya no toco el suelo

Platillos.

Agonizamos juntos.
Rompemos los dedos en el otro cuerpo mientras miles de metales acuchillan el mundo. Todo se está haciendo pedacitos. Chirrían las vísceras, se mudan de lugar los pasados ahora que no tienen lugar donde apoyarse.
Pues todo es presente. Sonido

Y un fagot lo anuncia. Como si fuera un larguísimo lamento tocan las trompetas del Apocalipsis en medio del redoblar de los tambores que nos han llevado a la guerra.
Y la victoria está allí mismo, al puro alcance de las manos.
Sólo falta un instante, un golpe más de tus caderas y

Suena el gong para que estalle el mundo y 



historias como cuerpos, cristales como cielos, 


Todo se ha consumado y durante un instante dejamos de ser mortales










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