Entre las múltiples visicitudes que sufrió el Gran Vidrio, su estructura de cristal se dejó abandonada al polvo durante varios meses en posición horizontal.
En 1920 el polvo había anidado de tal manera que Man Ray llevó un cámara al estudio de Duchamp y fopografió su panel bajo con luz artificial rasante y una larguísima exposición.
Duchamp bautizó la obra como Cría de Polvo (Élevage de poussière), una obra que habla del tiempo fijándose en lo más minúsculo y pobre, el propio polvo.
Pero también del azar que en tantas obras dadá está presente, y de la mirada del autor que es un órgano de creación (al elegir un objeto o una visión concreta frente a la multiplicidad de la realidad).
Cruz Sánchez lo relaciona con el mundo de lo femenino y la sombra presente en Duchamp, pues no en vano el propio Marcel escribe de él: Este es el Dominio de Rrose Selavy / Qué árido- qué triste / Qué feliz-qué triste.
La obra funciona como una especie de vista aérea de una ruinas prehispánicas, de civilizaciones semidestruidas en donde la entropía está ganando la partida a la geometría cerebral y masculina (J. A. Ramírez)