Si Constable fue siempre una especie rara que osciló entre el realismo y el romanticismo, gran conocedor del pasado de la pintura barroca (tanto holandesa como italiana) pero profundamente apegado a su terruño, paisajista que contaba historias, oscilante entre lo pintoresco y lo sublime..., también lo fue en sus últimos años.
Sólo hace falta fijarse en este magnífico paisaje de la Phillips Collection del río Stour que pintaría en los tres últimos años de su vida.
En él podemos reconocer muchos de los rasgos típicos de su obra, en especial, la representación nostálgica y sumamente personal de sus paisajes más cercanos y queridos, con un división de la pincelada que le permitió la plasmación de la luz fugitiva de estos paisajes húmedos, en donde los reflejos son tan importantes como lo reflejado.
Sin embargo hay un matiz que separa fundamentalmente esta obras con su producción anterior.
Es el predominio de esa misma pincelada que, de tan dividida, termina por independizarse de la realidad (incluso lumínica) que pretendía representar.
Evidentemente se ha hablado en ocasiones de que se trataba de cuadros sin terminar, pero aún contando con eso, existe en todo el hacer del cuadro una clara intención por destacar la pincelada, aproximándose a propuestas casi abstractas.