Durante su corta vida, Gericault representó una y otra vez a los caballos en distintos temas y temáticas.
En principio el caballo era todo un símbolo del nuevo movimiento romántico. Su nobleza unida a su bravura hacía de ellos un arquetipo de una nueva forma de entender la realidad, vibrante, llena de pasión y fuerza pero dominada por la citada nobleza.
Ya en una de sus primeras obras (el oficial de coraceros) el caballo ocupa una preponderancia brutal en la imagen, dándole todo su sentido de dinamismo.
En la misma línea los representa en plena carrera en los distintos derbys (tema tomado del ámbito británico), en donde hombre y animal son la perfecta máquina.
Curiosamente, en estas obras nunca llegó a representar bien el movimiento de sus patas (que nunca se alzan las cuatro a la vez), y habrá que esperar a la fotografía para comprender y representarla adecuadamente.
Un paso más allá lo dará en la pura representación del animal, fascinado ante su prestancia y belleza (otro topos romántico, la belleza de lo natural)
Como en tantos otros temas, Delacroix seguirá el camino marcado por Gericault, retomando el caballo y cargándolo de una expresividad total
Delacroix. Lucha de león y caballo