Instagram daba la impresión de ser mejor, pero no tardó en revelarse como un circo de tres pistas basado en la felicidad, la fama y el éxito.
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internet es lo que es. Se ha convertido en el órgano central de la vida contemporánea. Ha reseteado los cerebros de sus usuarios devolviéndonos a un estado primitivo de hiperactividad y distracción al tiempo que nos sobrecarga con muchos más impulsos sensoriales de los que eran posibles en épocas anteriores. Ha construido un ecosistema que funciona a base de concentrar la atención y de monetizar el yo. Incluso aunque evites totalmente internet —mi pareja lo hace: cree que #tbt significa «truth be told» («la verdad sea dicha»)—, vives en el mundo que ha creado internet, un mundo en el que el individualismo se ha convertido en el último recurso natural del capitalismo, un mundo cuyas normas las dictan plataformas centralizadas que se han establecido de forma deliberada como entidades a las que resulta prácticamente imposible regular o controlar.
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cómo internet está pensado para expandir nuestro sentido de la identidad; segundo, cómo nos anima a sobrevalorar nuestras opiniones; tercero, cómo amplía nuestro sentido de oposición; cuarto, cómo malbarata nuestra comprensión de la solidaridad; y, finalmente, cómo destruye nuestro sentido de la proporción.
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La presentación cotidiana del yo en internet sigue respondiendo a la metáfora sobre la actuación de Goffman: hay escenarios, hay un público. Pero internet añade otras estructuras metafóricas pesadillescas: el espejo, el eco, el panóptico. Mientras nos movemos en internet, nuestros datos personales son rastreados, grabados y revendidos por toda una serie de compañías; un régimen de vigilancia tecnológica involuntario que, de manera subconsciente, reduce nuestra resistencia a llevar a cabo un autocontrol personal voluntario en las redes sociales. Si tenemos pensado comprar algo, ese algo nos va a seguir a todas partes. Podemos limitar nuestra actividad en la red, y seguramente lo hacemos, a páginas web que fortalezcan nuestro sentido de identidad, leyendo textos escritos por gente como nosotros. En las plataformas de las redes sociales, todo lo que vemos corresponde a nuestras elecciones conscientes y a las preferencias escogidas por algoritmos, y todas las noticias, los aspectos culturales y las interacciones interpersonales se filtran a través de los datos básicos del perfil.
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La locura cotidiana perpetuada por internet es la locura que conforma ese diseño arquitectónico, que ubica la identidad personal en el centro del universo. Como si nos hubiesen colocado en un puesto de observación desde el que se tiene una panorámica del mundo al completo y nos hubiesen entregado unos prismáticos que convirtiesen todo lo que vemos en un reflejo de nosotros mismos. Gracias a las redes sociales, mucha gente no tarda en entender toda la información nueva como una especie de comentario directo sobre quiénes son.
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La gente que tiene un perfil público en internet está creando un yo que van a poder ver, al mismo tiempo, su madre, su jefe, sus potenciales futuros jefes, su sobrino de once años, sus antiguas y futuras parejas, aquellos conocidos que odian sus opiniones políticas, así como todos aquellos que andan buscando cualquier causa posible. La identidad, según Goffman, la conforman toda una serie de afirmaciones y promesas. En internet, una persona altamente funcional es aquella que puede prometerlo todo a un público que crece de manera indefinida en todo momento.
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Mi única experiencia sobre el mundo dicta que el atractivo personal es fundamental y que exponerse es algo deseable; ese paradigma, legítimamente desafortunado, relacionado en un principio con las mujeres y ahora generalizado a toda la red, es lo que los trols detestan y repudian de manera activa. Desestabilizan un internet basado en la transparencia y en la simpatía. Nos empujan hacia lo caótico y lo desconocido. Como es lógico, existen mejores argumentos contra la hipervisibilidad que el troleo. Como afirmaba Werner Herzog en GQ en 2011 respecto al psicoanálisis: «Hemos de tener lugares oscuros e inexplicados. Nos convertiremos en seres inhabitables, del mismo modo en que un apartamento se convierte en inhabitable si iluminamos todos los rincones oscuros y también bajo la mesa y por todas partes. Es imposible seguir viviendo en una casa así».
Falso espejo (Jia Tolentino)
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