Terrible y doloroso como una garras paseando por el centro del cuerpo que ha perdido la luz y sólo tiene truenos, relámpagos de odio sin medida que suben hasta la garganta y, casi sin quererlo, se convierten en palabras hechas para herirte.
¿Por qué hacia eso?, ¡maldita sea!
¿Cómo podía hacerlo con todo lo que te amaba?
Habría dado la vida por ti y, sin embargo
Era, al principio, una pequeña angustia, un punto negro y diminuto en medio del estómago que iba creciendo con la noche hasta invadirme primero el pecho y luego los riñones, toda la espalda, y sentirlo subir por el cuello, llegar al cerebro convertido en un odio atroz hacia todo que
tú estabas allí en medio y tu simple cariño me hacía desbordar la oscura presencia que me habitaba.
¿Era miedo?
No lo sé.
No sé poner nombre a estos demonios que me hacían sufrir como un poseso, con dolor de habitación cerrada y manos viscosa por encima de la piel que te tocaban, te volvían asco y miseria y
Hasta tu propio mirar me molestaba, y los recuerdos regresaban.
Lo hacías una y otra vez en mi memoria y un dolor de castañuelas de fuego sonaba dentro, animado por los cientos de agravios (algunos ciertos, la mayoría imaginarios) que me traspasaban de lado a lado como espadas de mago.
Terribles,
incapaces de parar mientras el estómago se encogía y nadaban, verduzcas, bolas de sebo por los sentidos.
¡No me toques!
No me mires
Ni me ames.
No hagas nada aunque
(¡¡¡¡¡sácame de aquí!!!!!, tendría que haberte dicho)
Pero yo mismo no me dejaba.
Era tan maravilloso sufrir como un perro.
Dolían con tanto sabor del almendras amargas todas las cosas que yo
(qué absurdo pude llegar a ser)
Yo no quería parar, o simplemente no podía y
(en vez de llorar)
te lanzaba nuevos dardos de fuego,
espinas y dolores,
ruidos de metales y hogueras que todo lo incendiaban.
Maldita sea.
Nuestra cama de amor y vela se convertía entonces en barricadas que acallaban las canciones con sus gritos desesperados como grandes mecanismos rodando y
Escupir a la luna, solo escuchar la voz suicida de los pozos sin sol.
Como si fuera
(lo era)
el asesino de mi mismo que me iba matando por medio de ti, mi amor, y cuanto más odio te echaba encima más miedo sentía,
Más me asqueaba de ser yo mismo, como si todo hubiera perdido el sentido y solo pudieran desearse los infiernos y sus lobos hambrientos que me devoraba por dentro cuando tú, malherida, terminabas marchándote,
un día tras otro, y
Un día te fuiste del todo y yo me sentí por completo complacido en mi dolor sin término
en aquella nada poderosa
toda esquinas,
sin tiempo ni medidas.
Ahí lo tienes. ¿Era eso lo que deseabas?
NO
Pero así lo has querido.
Es cierto. Lo busqué con ahínco como si no soportará por más tiempo ser tan feliz contigo y
Desde entonces me maldigo
Me odio
te lloro
Y, por fin, puedo sentir toda la rabia hecha gritos
Soledades sin término
Luces que hieren, hirviendo en el pecho mientras te llamo ya sin voz, sin esperanza, pues
tu no has de volver, ya me ocupé yo de que nunca lo hicieras.
¡Cuánto puedo odiarme a mí mismo, mi vida!