De lo que nunca habló en ellas es que aquellos pensamientos que fluían en las ondas y las músicas que los acompañaban eran, con escasas excepciones, una pura autobiografía en donde Sabrina casi siempre era la protagonista absoluta.
Era a ella a quien le hablaba viernes tras viernes como ella supo siempre.
Palabras y músicas de ternura o lamentos, pues en
sus ojos verdes siempre estuvo la cifra definitiva de sus sentimientos.
¿
Recuerdas?, solía decir de vez en cuando y siempre que pinchaba
Karma Chameleon.
Pues solo esta canción tenía el privilegio de salirse de la férrea planificación y aparecer en los momentos más imprevistos, cuando su firmeza se derrumbaba por los suelos y, a veces, tenía que salir del estudio para que la noche privada de su flexo no le viera llorar.
Cuando conseguía reponerse volvía al guión previsto que debía recortar sobre la marcha sin que se notara demasiado y sólo Sabrina supiera (en primera y segunda persona) lo amargas que resultan las lágrimas del primer amor.
Era su momento de pequeña muerte tras el cual se volvía a reinventar, aunque nunca sabremos si por profesionalidad o
pura timidez de sentirse débil ante los demás, y regresaba a ser él para darle cuerda a la montaña rusa de sus sentimientos que sus oyentes seguíamos con el corazón encogido que él nos llevaba desde el
éxtasis a la
desesperación, pasando de lo épico a lo más
sublime como si tuviera en sus manos el hilo invisible que le guiara sin vacilaciones por el laberinto de todos los afectos posibles.
Pasaba así desde el pop de los 80 al
soul más desgarrado, de la música de sus
películas más queridas que tanto habían contribuido a su educación sentimental a la bossa nova o
el chill out, sin evitar a
Bach o a
Mahler, pues para él todo era tan importante (nos lo hacía sentir tan necesario) que no hacía falta disculpa ninguna, solo convertirse en una pura canción y
vivir en su burbuja azul de sonido, como le gustaba decir.
Un lugar en donde volvernos seres tan absolutos y completos como él siempre deseó en sus más secretos sueños, capaces de la risa, el amor, la filosofía y el sexo, del perder el tiempo con absurdos juegos verbales que se culminarían con un beso hasta el vértigo de una poesía o un orgasmo, pues todo era lo mismo, pura música para convocar fantasmas o darles nueva vida en aquellas madrugadas de viernes en donde cada uno era libre de emocionarse o bailar a escondidas en una habitación oscura mientras los demás duermen.
Esa era la clave del terrible éxito de aquellas praderas azules.
Su enorme y planificada sinceridad absoluta. Su programa era él mismo, como bien sabíamos los que le conocíamos
Era como si estuviéramos otra vez juntos cada viernes, nos decía
Pili en su carta,
como si el tiempo no hubiera pasado y siempre tuviera los dieciséis años en los que le conocí.
Los dieciséis años de tímido recalcitrante que podía ponerse a hablar de todo si sentía una simple brizna de afecto como aquellas que le llegaban, por decenas, en forma de cartas a la emisora que él abría con el corazón encogido, esperando en cada una encontrarse con la única que realmente le interesaba, la de Sabrina.
(Pero ella nunca quiso firmar ninguna de las dos docenas que le envió y él nunca supo reconocer su letra con las ansias con las que buscaba la firma final.
Si se hubiera parado un poco más se habría dado cuenta que sus letras nerviosas tenían la misma cualidad de sus manos finas, apenas sin uñas, con esa misma sonrisa triste en los finales de las palabras.
Qué puto es el destino a veces, pues una sola palabra suya...)
Durante casi diez temporadas se mantuvo fiel a todo este estilo, y de alguna manera fueron aquellas noches de viernes su guarida secreta en donde era él mismo y en absoluto. Aquel ser al que la vida tanto había dañado (pero también acariciado, aunque eso algunas veces lo olvidara) que se dejaba bañar de música para rebobinar a su antojo la película de los días más intensos.
Esa era la clave de su éxito.
Solsona
Aquí tienes los primeros programas que hemos logrado rescatar y volver a subir
EN DIRECTO Sinestesias musicales
EN DIRECTO. Cuando los 80 eran nuestros
EN DIRECTO. Aquellas verdaderas praderas azules