Hoy nos queremos acercar un poco más a su espléndido retablo, obra también de Churriguera en donde conviven clasicismo (o al menos contención) y barroquismo extremo.
La primera sorpresa que nos encontramos son sus materiales. Frente a la habitual madera estofada (como ya vimos en San Benito), el escultor se decanta por el mármol polícromo (de canteras conquenses) y el estuco dorado para los cortinajes.
Estos mármoles, tan poco utilizados en España, le dan un fuerte sabor italiano al retablo (en especial su juego de colores blancos, negros y rosados).
Resulta también sorprendente la contención de la zona central. Acostumbrados a las columnas salomónicas, los estípites, la profusa hojarasca de sus retablos lígneos, en este ejemplo vemos unos elementos trabajados con mayor clasicismo (especialmente en columnas y entablamentos).
Posiblemente todo ello responda a una voluntad del comitente (Juan de Goyeneche) que busca una imagen más sobria (pero también más majestuosa) para todo el proyecto.
Pero no nos dejemos llevar por la primera impresión. Un pequeño análisis nos hablará de lo profundamente barroco de su estructura y desarrollo.
Por una parte, y frente a los modelos clásicos, carece de verdaderos pisos y calles, creando un espacio unificado y ascendente.
Por otra parte hay que reparar en el uso fantasioso que se hace de los elementos, con una triple columna en cada extremo que articula fuertemente el entablamento, creando (igual que ocurre en la portada) una fuerte articulación de todo el conjunto que se potencia aún más por el profundo nicho central (junto a esto descubrimos los marcos mixtilíneos, tan típicos del autor).
En donde no cabe duda que nos encontramos en pleno barroco es en sus cortinajes de estucos dorados que tanto contrastan con el mármol.
Se trata de una típica imagen barroca, cuya cultura visual se encuentra tan vinculada a lo teatral. Seres celestes abren las pesadas telas para mostrarnos lo milagroso; un juego entre lo real y lo fingido tan típico de las categorías barrocas en donde la mirada se ha de enfrentar con distintos grados de realidad y, como buen actor, participar en la representación en la que se convierte la iglesia (Checa y Morán), como ya hablábamos a propósito de las Bernardas de Alcalá
Cenotafio en Santa María sopra Minerva. Bernini
Su origen visual hay que buscarlo en las arquitecturas efímeras (catafalcos, arcos triunfales, reposteros...) que ya en en siglo XVII el propio Bernini había utilizado profusamente.
El retablo se encuentra dedicado a Francisco Javier (tan vinculado a Navarra, la patria chica de Goyeneche), apareciendo en la parte superior un medallón en el que aparece bautizando a un ¿rey? infiel, acompañado por dos indios
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