lunes, 11 de junio de 2012

CANTOS EN LA ENCRUCIJADA. Leopoldo Maler. Parque Juan Carlos I



Iniciamos con esta obra una serie de pequeños análisis de las principales esculturas del Parque Juan Carlos I, Madrid.
Para ello he elegido una de mis favoritas, La llamada Cantos en la encrucijada de Leopoldo Maler (1992)

Se trata, como ya vimos en el análisis general del parque, una estructura que cumple al menos dos funciones: la de convertirse en un hito vertical dentro de la trama horizontal del parque, y la puramente denotativa como obra singular.

En principio el espectador encontrará una gran pirámide (muy inclinada), compuesta por los propios derrubios creados con la excavación de la ría contigua. 
Perfectamente tapizada de césped, desde una visión lejana nos encontraremos por encima de ella, la palabras NOS, apenas eso. ¿Se referirá a nosotros?



Pero investiguémosla (como ha de hacerse con casi todas las esculturas del parque, de tal tamaño y técnica que en ellas predominan los valores hápticos y cinéticos)

En un lateral veremos una empinadísima escalera (como las pirámides aztecas) en cuyo final se encuentra de nuevo la palabra NOS, aquel plural mayestático que utilizaban (utilizan) el Sumo Pontífice o las Monarquía Absoluta. Un plural que tiene un alto significado: yo soy vosotros, nos dice; yo pienso, organizo, digo y ahora por vosotros, pues soy vosotros, me pertenecéis. Una idea del poder que, lamentablemente, cada vez es más visible, y no solamente en los países en desarrollo, sino el mismo corazón de la democracia que suponíamos que era Europa.



La escalera tan empinada nos impide el contacte con el poder, separado de nosotros por una distancia imposible. Se nos impone, y no hay diálogo, búsqueda de soluciones. El poder está arriba y solo, iluminado por el sol.

Pero sigamos dando la vuelta y nos encontraremos una sorpresa. En otro de sus lados hay una entrada a nivel del suelo que nos permite entrar en el interior de a pirámide.


Un lugar claustrofóbico, de duras paredes de cemento y un suelo de grava (¿dónde quedó el cuidado césped?), en donde vemos una gran silla (elemento recurrente en la obra de este artista). Es el trono, simplón, megalómano, una pura entelequia geométrica sobre el que se coloca el NOS. Pues esta es la verdadera esencia del poder: el NOS no es nadie sin la estructura que le sustenta. Un gigante con pies de barro.



Pero aún hay algo más, en el asiento de una silla encontramos una maleta de hormigón sujeta con púas de acero. ¿La carga verdadera del poder o, la idea de este poder como algo momentáneo, que pronto terminará con el exilio de púas como el que han vivido últimamente los sátrapas de Túnez o Egipto?
Sea cual fuera la interpretación, la entrada a las cloacas del poder es una sensación fuerte, pues todo el prestigio anterior se ha perdido y, aunque enanos ante él, lo encontramos todo árido, sin gracia ni glamour (durante un tiempo esta escultura, la silla, estaba llena de grafittis, lo cual acrecentaba la idea de falsa grandeza).



Un buen ejemplo de arte político sobre el que pensar



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