Cerca de Atienza, por carreteras muy secundarias, se encuentra la pequeña aldea de Albendiego, llena de casas encantadoras de piedra roja y un solo bar en donde podemos buscar la llave para visitar la iglesia.
Ésta se encuentra fuera de la población, junto al río, rodeada de álamos.
Al parecer, y anterior a la construcción actual, ya existía una comunidad de agustinos que debieron ser los iniciadores de la obra (1200) que quedó inacabada y sólo a finales de la edad media se rematará.
Esta es una más de los múltiples enigmas que guarda la iglesia que combina el tardorománico (de herencia soriana en algunos elementos estructurales), el primer císter (que introdujo Jimenez de Rada en la zona en el siglo XII-XIII) y unas asombrosas celosías que en muchas ocasiones se han tildado de mudéjares.
Lo más valioso de la obra es su cabecera que consta de tres ábsides.
El central se organiza en buena sillería con imponentes haces de columnas adosadas que nunca llegaron a rematarse en su parte superior.
Entre ellos se abren tres amplios vanos en donde encontramos las citadas celosías (aunque parte de la izquierda se encuentre perdida).
Su talla es delicada y de buena técnica, jugando con composiciones estrelladas entrecruzadas de diverso diseño.
Sobre su origen se han planteado varias hipótesis.
Por una parte debemos recordar que toda la zona había permanecido a la taifa de Toledo, siendo entregadas a Alfonso VI tras la capitulación de Toledo.
No se produjo, por tanto, una conquista violenta y, como ocurrió en el reino de la taifa, es muy probable que toda la zona mantuviera una población musulmana (ahora mudéjar) y judía, a la que lentamente se incorporaría la repoblación castellana. Quizás algunos de esos alarifes realizara tales celosías.
Por otra parte, se ha observado que algunos de los diseños incluyen cruces de Malta, por lo que se ha pensado alguna vinculación con la Orden de San Juan de Jerusalén.
Los dos ábsides laterales son planos y tienen unas curiosas ventanas flanquedas por columnas de capitel cisterciense y óculo central fuertemente abocinado.
En el centro de la parte superior, como unión de los arcos geminados, se sitúa un pinjante cuyas caras se adornan con el sello de Salomón.
En el interior nos resta una bellísima bóveda radial (de inspiración cisterciense) y el arco toral.
Curiosamente los dos ábsides (que no tuvieron continuidad en las naves en la terminación final) se han convertido en dos sacristías (casi nos apetecería hablar de ergastulae al modo paleocristiano) con arcos apuntados.
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