En plena guerra mundial, Grosz fue llamado en varias ocasiones al frente, teniendo que ingresar en el hospital debido a crisis nerviosas.
En uno de estos lapsos (diciembre agosto 1916-17 y, tras un nuevo llamamiento y agravamiento de su enfermedad, entre enero y mayo de 1917) realizó este cuadro que bien se podría interpretar como una sublimación de rodas sus neurosis.
Sin embargo, y acaso sin ser muy consciente de ello, Grosz consiguió con este cuadro avanzar en el tiempo y dar una imagen de lo que serían los posteriores años del periodo de enteguerras, donde la brutalidad de la guerra anterior no cesó con el armisticio y empezó a inocularse en la sociedad civil, convirtiendo a la ciudad en un campo de batalla, el germen perfecto para la aparición de los fascismos.
Si la observamos con una cierta distancia, en esta pintura encontraremos gran parte de las causas de estos nuevos movimientos totalitarios, por completo urbanos y modernos, que convertirán a los hombres en masas a través de la manipulación de sus miedos y emociones negativas.
Es, también, todo un canto (negativo pero profundamente perturbador) sobre el movimiento que nos conducirá hacia la violencia que propugnan los fascismos que utilizarán el profundo desclasamiento de las masas (por la vida urbana, por las sucesivas crisis económicas y morales) para reconvertirlas en grandes rebaños dispuestos a seguir a su líder.
Estéticamente, Grosz bebió de Kirchner (tanto en sus perspectivas angulares que convierten la ciudad en un lugar hostil, lleno de peligros y emociones negativas, como en su colorido chillón, con toques ácidos sobre un continuum bermellón que pulsan la retira del espectador) como del futurismo (uno de los creadores espirituales del fascismo con su culto a la máquina, el movimiento, la velocidad o la ciudad, que se concreta en su multiplicación de planos que se intersecan, multiplicando las diagonales que llenan de ruido la escena; o la aparición de letreros que se desvinculan de lo figurativo, intentando hacer gritar, si eso es posible, aún más al cuadro)
Una protesta contra la humanidad que se había vuelto loca, como dijo el propio autor en su dedicatoria a Oscar Panizza.
Un reflejo del caos que es la ciudad, cara y cruz de la modernidad (con EE UU como momento más intenso). Algo trepidante pero imposible de controlar que anuncia el fin de las utopías construidas durante la ilustración (el ser humano como un pensante que le llevará a la felicidad) y el advenimiento de nuevos apocalipsis basados en la emoción y el movimiento
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