Picasso sólo pasó dos breves temporadas en Madrid que le serían suficientes para conocer (y recordar toda su vida) la colección entera del Museo del Prado o la Academia de San Fernando.
Este cuadro pertenece a su segunda estancia, cuando ya empezaba a vivir a caballo entre París y Barcelona e iniciaba su primer estilo personal tras el academicismo de sus primeros cuadros (Ciencia y Caridad, la Primera Comunión).
Es una etapa de influencias múltiples y entrecruzadas en donde se une la nueva paleta postimpresionista (especialmente de Van Gogh, del que tomará también la textura de su pincelada) y el simbolismo y modernismo catalán de Nonell y Rusiñol o los temas que oscilan entre lo castizo (corridas de toros), lo simbolista (Don Tancredo), los retratos o las maneras parisinas de circos, burdeles o fauna urbana.
Precisamente a este último modo pertenece el cuadro que forma parte de una serie en la que, según Baroja, se dedicaba a pintar de memoria figuras de mujeres de aire parisiense, con la boca redonda y roja como una oblea
Entre la clase alta y la prostición (la ambigüedad es evidente y, posiblemente, buscada). Picasso nos muestra una visión escéptica sobre el mundo, intentando penetrar más allá de las puras apariencias para convertir (como será todo su arte) la realidad en pintura pura, un complejo mecanismo de sustituciones y deformaciones que le irá alejando del realismo para experimentar todo tipo de técnicas y deconstrucciones que ya nunca pararán.
La pintura, además, está ya muy cerca de lo que llamaremos Periodo Azul. Este estilo, profundamente simbolista y lleno de tristeza, se desencadena tras el suicidio de su amigo Casagemas (posiblemente coetáneo a la creación de esta serie), en donde el azul como tristeza lo envolverá todo hasta crear atmósferas irrespirables en donde se mueve la miseria de una larga galería de seres humanos, casi espectros, como los que arrastraba en su alma el pintor.
No nos resistimos a resaltar, el aspecto velazqueño de la gran falda con sus bordados y forma de crear los brillos que nos recuerda a sus Meninas, un recuerdo que permanecerá en Picasso como una verdadera espina que, sólo mucho años después, se sacará con su increíble serie de las Meninas, realizada ya en plena vejez.
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