Cuando encontramos los papeles de Luis conocimos muchas cosas del que creíamos que era un amigo por completo conocido desde los trece años.
Entre ellas había un cuaderno entero, azul como el resto, con un curioso título. Historias que me hubiera gustado vivir.
Esta es la primera narración, incompleta (hemos puesto en hipervínculo las canciones que iban apareciendo en ella entre paréntesis)
Era un local de poca luz, todo hecho de música.
Un par de habitaciones unidas con una bola de cristal girando suavemente en el techo; todo lleno de música.
Música negra que te traspasaba lentamente la camisa empapada de sudor y se metía dentro.
Las luces de la bola giraban despacio por la clientela que bailaba, lentamente, como si estuvieran poseídos por aquella música hecha a la medida de los humores del cuerpo, lentamente sincopada y aferrada por baterías que parecían tocar más rápidas de lo que hacían.
Voces de encanto, profundas, llenas de alma recorrían todos los rincones llenos de humo, de un calor algo viscoso mientras afuera la noche se desplomaba en heladas.
Pero de pronto el hechizo cambiaba y unas voces de plata llenaban todo de un amor sincero y tierno como un panecillo que al moderlo te hiciera enormemente feliz.
Y después la voz de Steve diciendo venga, vale, hagamos que todo es perfecto.
Pues aquel era un lugar encantado en el que me hubiera gustado vivir en donde los metales de las trompetas acuchillaban el alma como si fueran gasas empapadas por sedante de los bajos.
Un lugar azul profundo con destellos de oro viejo, y plumas de ángeles antiguos que alguna vez revolotearon al calor de Otis Redding y aunque ya no existieran seguían moviendo el aire pesado de aquel local con sus alas enormes, haciendo olas en tu pelo negro y rizado mientras bailábamos.
Muy lento.
Muy juntos.
Compartiendo un aliento propio que nos iba mojando por dentro como una segunda sangre, cada vez vez más densa y acelerada, llena de lamentos de un sur que nunca conocimos, de la tristeza inmensa de sus planicies inacabables que una sola voz llenaba de fuego de lentas llamas que llegaban hasta tu cuello y se evaporaban como perlas de sudor en el misterio del aire saturado de música y
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