Los mitos, según Pico della Mirandola, encubrían bajo su velo poético un significado mistérico que sólo los espíritus más perfectos y elevados consiguen recobrar, y en esta sabiduría enigmática coinciden los mitos de la tradición pagana y los de la Biblia. El sentimiento deísta o panteísta que anima la obra de algunos artistas acentúa su simpatía hacia esas figuraciones míticas, tan válidas como las cristianas al menos en cuanto símbolos de un mundo divino trascendente que se refleja en multitud de alegorías y variedad de imágenes. Esta simpatía conduce a la interpenetración de motivos paganos antiguos y cristianos en un claro y pintoresco sincretismo.
Como señala Agnes Heller: en el curso del Renacimiento se desarrolló un cuerpo mítico unitario, y no sólo en el sentido de que poetas, pintores y escultores recurrieran a una u otra de las reservas míticas (grecorromana, judía, cristiana) en busca de temas; lo más importante del caso fue que las anécdotas y los personajes de los mitos comenzaron a fundirse. El cardenal Besarión trazó un paralelo entre Homero y Moisés poniendo de relieve los aspectos en que ambos se asemejaban; el pueblo de Florencia consideraba igualmente símbolos de la ciudad a Bruto y a David; las figuras de Cristo y Sócrates (interpretadas asimismo míticamente) se volvían progresivamente una sola. Charles de Tolnay ha estudiado agudamente el punto culminante de esta tendencia en las obras de Miguel Ángel. Miguel Ángel retrata a Jesús niño a la manera de un putto; la Madonna Medici es realmente una sibila que mirase como un símbolo del Hado antiguo las tumbas de los dos Medici. El Cristo del Juicio Final es idéntico a Apolo: se alza en el centro de la composición como un poderoso y vengativo dios solar
Pico della Mirandola planteó escribir un libro sobre la naturaleza secreta de los mitos paganos que llevaría el título de Poetica theologia. Afirmaba que las religiones paganas, sin excepción, se habían servido de una iconografía «jeroglífica»; y que habían ocultado sus revelaciones bajo la forma de mitos y fábulas destinados a distraer la atención del vulgo, para proteger así los secretos divinos de la profanación: «mostrando al vulgo sólo la corteza de los misterios y reservando el meollo del verdadero sentido a los espíritus superiores y más perfectos». Como ejemplo, Pico citaba los Himnos órficos, pues imaginaba que Orfeo había ocultado en ellos una revelación religiosa que deseaba fuera comprendida sólo por una pequeña secta de iniciados: «Siguiendo el uso de los antiguos teólogos, Orfeo entretejió los secretos de su doctrina con los adornos de la fantasía y los recubrió con ropaje poético. De este modo alguien podría pensar que en sus himnos sólo se contienen fábulas y simples bromas». Del mismo modo, «la Cábala era a la Ley escrita del Antiguo Testamento lo que los secretos órficos a los mitos paganos. El texto bíblico era la cáscara; la Cábala, el meollo», según Pico.
Apoyándose en Dioniso Areopagita, decía que «estas teologías no diferían en el fondo, sino sólo en nombre». Algunos de los más destacados humanistas florentinos se expresaron en el mismo sentido que Pico. Así Poliziano y Landino, vinculados a la renacida Academia platónica dirigida por Marsilio Ficino. Otra vez encontramos aquí el doble juego.
De hecho los mitos paganos sirvieron de vehículo al pensamiento filosófico del Renacimiento: cuando Lorenzo Valla trata acerca del libre arbitrio, simboliza la presencia divina por Apolo, la omnipotencia por Júpiter; más tarde, bajo la influencia de la Academia florentina, Charles de Bouelles insuflará una nueva vida espiritual al viejo tema de Prometeo, remontándose así, esta vez, a la pura tradición platónica, la del Protágoras.
Los simples eruditos y los poetas «platonizan» a su vez, en ese sentido. […][…] Pero a la luz del neoplatonismo, los humanistas descubren en los mitos algo más, que rebasa las ideas morales: descubren una doctrina religiosa, una enseñanza cristiana. La interpretación simbólica no permite únicamente, en efecto, discernir bajo las ficciones más diversas, y en apariencia menos edificantes, una elevada sabiduría: lleva a constatar el parentesco fundamental de esta sabiduría profana —cuya envoltura varía, pero cuyos preceptos son inmutables— con la de la Escritura. Del mismo modo que Platón concuerda con Moisés y Sócrates «confirma» a Jesús, la voz de Homero es la voz de un profeta; y los «Magos» de Persia y de Egipto, que disimulan también máximas sagradas bajo una que se insinuara, entre los humanistas, la idea en que había desembocado el paganismo declinante, a saber, que todas las religiones son equivalentes, y que bajo sus diversas formas —ya sean pueriles o monstruosas— se esconde una común verdad.
Marsilio Ficino se inclina hacia una especie de teísmo universal, con el platonismo como evangelio. Ciertos humanistas avanzarán por este peligroso sendero hacia sostener la universalidad de la alegoría en cualquier manifestación religiosa. La expresión más abierta de esto se encuentra en una confidencia epistolar de Mutianus Rufus a un amigo, bien recogida por Seznec: «Est unus deus et una dea. Sed sunt multa uti numina ita et nomina: Jupiter, Sol, Apolo, Moses, Christus, Luna, Ceres,
(...)
(En el Renacimiento) Los artistas redescubrían la antigua función de los mitos y restauraban su sentido, al tiempo que una conciencia ya madura reducía las visiones «divinas» y las convertía en bellas fantasías, para poblar los ilimitados espacios celestes y llenar con cantos los espacios sobrehumanos del absoluto, para apartar el temor del corazón de los hombres. Situándose por encima del humilde plano de una investigación humana, cuyo campo específico eran los Studia humanitatis y las ciencias revalorizadas, el arte llegó a ser el ámbito en que el hombre se reencontraba con el sentido divino de la naturaleza, y el valor eterno de la vida: otra «teología poética», pero que esta vez empieza a comprender el origen y los límites humanos de sus «revelaciones», como explica Eugenio Garin.
Es justo recordar que el Renacimiento no trae consigo una resurrección de los dioses de la mitología pagana, sino que recoge una tradición medieval. Como señaló Seznec en su espléndido libro, «los dioses no resucitaron, porque jamás habían desaparecido de la memoria y de la imaginación de los hombres». Pero el problema fundamental, como ha señalado Garin, no es precisar hasta qué punto la temática mitológica pervivió en tiempos medievales y qué mayor acopio erudito proporciona el Renacimiento, sino que «el problema es este otro: la actitud hacia los dioses antiguos ¿sigue siendo la misma o, acaso, cambia radicalmente la valoración de las creencias paganas?».
Introducción a la mitología griega (Carlos García Gual)
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