Son dos bloques de cincuenta y tres metros de largo cada uno, y tres de alto, circulares y concéntricos. Dividen la plaza en dos atmósferas: por un lado, un espacio empedrado, una zona neutra, de reposo, con bancos, un quiosco de música, recubierto de árboles, pinos y jaboneros de la China que dan sombra, y del otro una explanada abierta y árida, con un firme arenoso, donde sobresale la palmera. Alguna vez dijo Serra que la dialéctica entre recorrer y mirar el paisaje es lo que fundamenta la experiencia de su escultura. Ocasionamente aparece un turista con pinta de estar perdido y le hace fotografías desde todos los ángulos. A veces parece que conocen mejor nuestra historia personas que nunca han vivido aquí, que vienen de Japón, de Uruguay, de Escocia, de Egipto, de China o de Canadá.
(...)
Por falta de presupuesto, el proyecto inicial, que iba a ser en acero, sufrió un cambio a la baja y se ejecutó en hormigón blanco con polvo de mármol, que garantizaba una textura suave que dificultaba la adherencia de las pintadas. Serra descartó el muro de curva única, como el de Nueva York, y diseñó dos muros en forma de arcos paralelos para proponer al peatón una experiencia espacial diferente. El muro obliga a los peatones a seguir una ruta distinta cuando atraviesan la plaza, quedando incorporados a la escultura, liberada de toda función decorativa.
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