Ya en una entrada anterior hablábamos de Morales como un peculiar manierista hispano que une el sentimiento religioso con alguno de los más sofisticados mecanismo de la maniera florentina.
Hoy nos proponemos entenderlo desde otro punto de vista, basado en las investigaciones de Fernando Marías. Las obras que ilustrarán el artículo pertenecen a la Academia de Bellas Artes de San Fernando.
El profesor plantea de la sugerente tesis de vincular su pintura con las corrientes espirituales que precedieron a la contrarreforma, intentando dar una respuesta emocionalista e individual a la crisis de la Iglesia.
Para ello rompe con la tradicional clasificación de su pintura como una obra hecha para la devoción popular que une el patetismo gótico con algunas influencias italianas, y nos muestra la amplia nómina de grandes comitentes que le encargaron obras, entre ellos numerosos altos cargos eclesiásticos (prior de la orden de San Juan, obispo de Plasencia, inquisidores o el propio San Juan de Ribera, patriarca de Valencia) o nobleza (duque de Pastrana, duque de Alburquerque, marqués de Tarifa, conde de Feria o el propio rey de Portugal, Juan III...).
Muchos de estos nombres se encuentran claramente vinculados con las corrientes erasmistas que recorrieron la Península anteriormente al Concilio y que, en algunos casos, terminaron por desembocar en el iluminismo.
En este pensamiento (e íntimamente relacionado con la Devotio Moderna de la que bebió Erasmo), la imagen religiosa se entiende como un instrumento de oración interior, plenamente individual.
Y es que mucho antes de que San Ignacio publicara sus famosos Ejercicios espirituales existieron numerosos tratados que buscaban esta forma de autoanálisis y acercamiento a lo divino.
Habían arrancado de formas derivadas de la citada Devotio (muchos de los cuales terminaron por desembocar en la mística hispana) como el Audi Filia de San Juan de Ávila, la Agonía del tránsito de la muerte de Venegas, la Confesión de un pecador de Constantino Ponce o el Libro de la oración y la consideración de fray Luis de Granada.
Especialmente en este último se busca una imagen intemporal (como son las de Morales que habitualmente eliminan referencias ambientales e incluso narrativas) que sirva para una reflexión que "procure tratar este negocio más con afectos y sentimientos de la voluntad, que con discursos y especulaciones de entendimiento"
Dentro de esta reflexión emocional tendrá una especial importancia la percepción del dolor:
"Y para ti mismo ponte en lugar del que padece, y mira lo que sentirás si en una parte tan sensible como es la cabeza, te hincasen muchas y muy agudas espinas que penetrasen hasta los huesos"
Esto coincide perfectamente con el patetismo extremo que practicará Morales, que tanto gusta incidir en todos los índices del dolor (tanto en los signos externos como la sangre como los interiores, contenidos en sus miradas perdidas)
Ante todo ello, Marías propone estos cuadros como de devoción privada (a menudo rozando lo herético) que saliendo del puro episodio narrativo permitan la contemplación y entrada espiritual (casi masoquista) en el dolor como forma de comprensión (emocional) de lo divino.
Para todo ello sobran los detalles (que Morales se empeña una y otra vez en eliminar), los paisajes (ausentes en este tipo de obras), se acercan los rostros de los personajes al convertirlos en medias figuras o se utilizan los "testigos" que señalan el objeto de devoción: una imagen simplificada en sus volúmenes y dramatizada por el peculiar sentido de su claroscuro que, perdido su sentido narrativo, se aproxima al icono.
Curiosamente (y más por proximidad espiritual que por influencia directa), hay una clara sintonía entre estas obras de Morales con las que realizara Miguel Ángel en su última época, cuando cae bajo la órbita espiritualista del círculo de Vittoria Colonna (aquí lo analizamos) o la obra última de su discípulo Sebastiano del Piombo.
Miguel Ángel. Piedad de la Opera del Duomo
Para saber más
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