¿Cómo evitar la seducción de la nausea de Pollock?
¿Cómo romper la autocomplacencia, casi onanista, de los sentimientos expulsados sobre el cuadro?
¿Cómo encontrar una puerta en la abstracción para volver a la realidad?
Rauschenberg (junto a Jasper Johns) fue uno de los héroes americanos que encontró la respuestas a todas estas preguntas, rescatando a la pintura del marasmo subjetivo y (ya en estos momentos) puramente autorreferencial del arte informal.
Y lo hizo, en parte, utilizando sus propias armas, la de una pintura de brochazos, pura expresión del interior sobre el lienzo, a la que contrapuso la realidad.
Pues esa silla (tan real) era la clave del ataque, al dialogar con la pintura y demostrar al espectador, el tremendo vacío de la misma.
La realidad, el mundo, volvía al arte con un simple mueble y, muy pronto, daría paso a numerosos combinados en donde el ambiente "real" iba arrinconando a la pintura, buscando un retorno de lo social y abriendo el camino a los múltiples caminos del arte pop.
Una maniobra que, además, comenzaba a trabajar en uno de los postulados básicos de la posmodernidad: ¿hasta qué punto las cosas son reales? ¿la silla es una silla o un objeto artístico? ¿me puedo sentar en ella? ¿qué es, en fin, el arte? ¿cómo debemos analizarlo?
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