Era un verano de infierno y en el bloque de enfrente seguía aquella habitación iluminada. Por un instante ella le quiso imaginar, saber del escenario de su primera infidelidad. Hizo un esfuerzo y (quiso) ver una mesa de estudio llena de libros, muchos papeles sobre la mesa y una música callada que salía por la ventana como el olor de un guiso delicado, rápidamente desbastado por la brisa.
Un estudiante, pensó, y mientras lo hacía desabrochó el primer botón de la camisa, demorando el movimiento hasta que los gestos se le parecieran a un sueño. Soñó entonces que desabrochaba otro.
A contraluz, en la madrugada ensopada por el bochorno, ella se quitó la camisa y mientras caía se apagó la luz de enfrente, como una señal, un faro para navegantes solitarios de la ciudad en los peligros del verano. Se desabrochó el sujetador.
Como una ninfa entre las plantas se sintió observada. Usada y sucia. Por un momento quiso volver a entrar, pero la imagen del móvil en su memoria se lo impidió. El mensaje que aún mantenía grabado aunque ya no hiciera falta le disipaba todas las sospechas sobre las tardanzas de su marido, y el botón de la falda cedió.
Enfrente (supuso) hubo un jadeo y, mientras la tela resbala por sus piernas, una mano torpe en la casa vecina pasó bajo la mesa, aferrada al hierro del deseo.
Le quedaban las bragas y un inmenso odio que se confundía ya con la tristeza del calor sin término. Eran negras, de un negro muerto como aguas quietas, estancadas por demasiado tiempo en las marismas sin futuro.
Si tal vez..., quiso pensar, aunque bien sabía que ya nada serviría, y sólo aquella ventana apagada en el bloque cercano, los gemidos de un cuerpo joven que comienza a despertar, ardiendo entre el aire estancado. Sólo por él lo hizo, como un último acto de amor y venganza: enredada en sus sentimientos contradictorios metió sus manos en los lados del elástico.
Y quedó desnuda, más oscura que nunca. Fue sólo un instante, pero de veras sintió en la distancia unas manos torpes que la acariciaban. Sintió su pulso y la piel reaccionó, florecida por el suave velo de un sudor frío que la hizo radiante en la madrugada. Como una aparición.
Fue entonces un fantasma de carne y hueso oloroso a jazmín que, de pronto, se acercó a la barandilla y sin que apenas me diera tiempo de levantarme s
e lanzó al vacío de la noche miserable.
Yo sólo pude oír el golpe de su cuerpo contra el asfalto, y sólo mucho tiempo más tarde las primeras sirenas que me anunciaban que mi primer gran amor ya sólo podría ser un recuerdo asociado para siempre con el calor sin término de los veranos de esta ciudad maldita.
¿Y si hubiera sido al revés?
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Surpreendente /excelente
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