Hace ya varios años Lucas Corralejo comprendió que el paradigma había cambiado para no volver a ser nunca el mismo.
Lo hizo mientras explicaba la Carga de los mamelucos de Goya y sus alumnos se estremecieron por el pobre caballo blanco acuchillado mientras apenas vieron el resto de los hombres que se mataban entre sí.
Supo entonces que una nueva sensibilidad estaba naciendo, acaso ni mejor ni peor que la anterior, simplemente diferente, que anteponía los sentimientos a los conceptos y los casos individuales a los colectivos.
Los medios de comunicación lo comprendieron enseguida, y muy pronto dejaron de hablar de los grandes temas en abstracto, abordándolos a través de historias humanas singulares que llegarán cada vez hasta el corazón.
Se acababa así la época de las ideologías para inaugurar otra de estados de ánimo y tendencias que duraban lo que duraban las pequeñas historias que les daban visibilidad.
Una época de agendas políticas en vez de ideas fuerzas que se ha potenciado por las redes sociales y su hábil manejo por parte de los tanques de ideas que las difunden para que los correligionarios las multipliquen, pues es algo ya conocido que la verdad, más que en su esencia, se basa en el número y la repetición.
Este es una faceta del nuevo paradigma que habría que unir a lo políticamente correcto, lo posmoderno o a la vida cuántica que nos inunda
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