sábado, 27 de febrero de 2021

AQUELLAS PRADERAS AZULES. Mi primera Nochevieja

HAZ PLAY SOBRE LA NOCHEVIEJA QUE ME ABRIÓ LAS PUERTAS AL FUTURO




Claro que hubo muchas otras antes, como aquellas en las que monté un Un, dos , tres entero para mis padres y mis tíos, o las que pase con ellos en un palco de un teatro viendo una obra que hace mucho que olvidé, pero mi verdadera primera nochevieja me sucedió a los quince años, en la Sierra.

Después de cenar, mis padres y unos amigos nos llevaron al Penta, el único pub del pueblo que marcaría una gran parte de mi adolescencia y juventud.

Para entonces, sin embargo, era todo un territorio vedado (mayores de dieciséis y pidiendo el carnet en la puerta). Un lugar oscuro y deseado en donde las parejas (decían) se metían mano en la penumbra de sus sillones, bajo la lluvia de luz que la bola de espejos arrastraba.

Franquear la puerta ya fue de por sí todo un paso de iniciación al que se sucederían otros, pues la primera vez que pude tomar champán con el beneplácito paterno y bailar en una pista atiborrada de gente.
Mientras lo hacía intentaba empaparme de todo aquel ambiente en el que cifraba mi futuro, y veía parejas besándose, con las manos más allá de lo permitido, haciendo cosas de las que todos habíamos oído hablar pero que apenas unos pocos habían conseguido experimentar.
Qué hace esa mano metiéndose bajo el jersey de aquella chica.
Con que parsimonia acariciaba a su novia Manuel.
Y qué rubia y bella era. 
Que ojos verdes tan maravillosos tenía.

Manuel era el dueño del pub que, muchos años después, terminaría siendo mi amigo. Por entonces tendría 20 años y era para muchos de nosotros una especie de héroe laico: alto, con melena rizada que a veces se recogía con una coleta y unas gafas redondas a lo Jonh Lennon que le daban un aspecto aristocrático que, años después, cuando nos conocimos mucho más, supe que solo era una pose, pues solo era (él también) un tímido redomado que se ocultaba bajo ellas. 
Para entonces, como digo, estaba sin embargo muy arriba y lejano, no sólo por ser el dueño del pub sino también por su novia, la chica más guapa y seductora de todo el pueblo que solo tiempo después conocería también. 
Formaban una pareja de moda. Eran guapos y, para nuestra consideración, ricos y con éxito, y aunque no quisiéramos, eran los modelos a imitar por todos los chicos de nuestra edad en sus poses de dominadores del tiempo y las cosas, como si estuvieran por encima de ellos (qué equivocados estábamos entonces), allí apoyados, suavemente indolentes, en la barra a la que yo no paraba de mirar de reojo. 
En en momento dado, él besó con ternura cerca de la oreja y la debió decir algo, pues asintió con una sonrisa y se subió a la cabina del pincha que, como otras tantas cosas, yo también terminaría frecuentado. 
Desde siempre era aquel lugar uno de mis más secretos deseos, y cuando nuestras relaciones se estrecharon pase tardes enteras pinchando mientras esperaba a que Sabrina saliera de su trabajo, jugando con las músicas y las luces como un dios menor sobre el público que hacía bailar o sentaba a plena voluntad, como había aprendido del propio Manuel que entonces se puso los cascos, rebusco entre los discos y eligió uno. 
Mientras lo colocaba abrió el micro y dijo:
-Es nochevieja. ¡¡¡A divertirse!!! 
Y entonces comenzó a sonar este mix y todo se llenó de ritmo. 




La pista se abarroto al instante y yo también fui allí pues no podía haber nada mejor en el mundo que aquellos ritmos alocados que tenían dentro suyo una alegría sin complicaciones. 

Samba. Pura samba en su versión maxi que te hacía sonreír por puro placer de estar vivo en aquel lugar misterioso del que por fin formaba parte. 
A, e, i , o , u; epsilon
Todo el mundo disfrutaba y Manuel no dudó en repetir la canción varias veces aquella noche y yo, en los descansos, volvía a la mesa en donde estaban mis padres con sus amigos a tomar champán helado que era una bendición en medio del calor y el baile, una y otra vez, cada vez más excitado y feliz por la música y el alcohol. 
Mi amigo Charles Braun. 
Coreábamos la pista entera cada vez que volvía a sonar la música, y levantábamos los brazos al compás de sus cencerros de locura. 
Yo me sentía invadido por un risa sin ataduras, fascinado por la visión de todos los que estábamos allí, convertidos en robots de movimientos metálicos por el bombardeo de las luces de flash. 
Como podía ser uno tan feliz sin que fuera pecado.
Ay, ay caramba
¿En eso consistía verdaderamente la adolescencia?
Ese sentir la música como si sonara dentro mío
Aeeeeeeé.
Como un corazón fortalecido y la cabeza en donde habían desaparecido todos los complejos y los miedos.
Para qué vale pensar si el mundo es puro ritmo.
Olelé, olalá.
Marianna
Vivir el puro instante.
Y reír.
Comensando anda
Toda la vida por delante  hecha de amarillos y violetas mientras se siguieran moviendo los pies en aquella pista abarrotada en donde nos rozábamos sin apenas sentirlo.
Mais que beleza
Brasiiil.

Tenía la camisa empapada y el pelo pegado del sudor pero solo sabía seguir bailando esta canción y, en sus pausas, tomar una copa entera de champán helado, una más, hasta que el mundo empezó a girar sin necesidad de la bola de espejos que yo ya tenía dando vueltas en el interior de mi estómago. 
Hacía tanto calor... 
Era un calor terrible que subía desde el pecho e impedía respirar, y decidí salir un rato a la calle para respirar aire fresco. 
Unos metros más allá de la puerta devolví por primera vez y ya no dejé de hacerlo en el corto camino a casa a la que debí llegar medio a gatas para encerrarme en el baño en donde me encontraron dormido mis padres que me llevaron a la cama. 

Aquella fue la primera borrachera de mi vida, y a la mañana siguiente mi primera resaca (con acompañamiento de admoniciones sobre el alcohol de mi padre) con la cabeza estallando en cada movimiento. 
Ni siquiera conseguí comer sintiendo estropajos en el estómago y estuve todo el día de año nuevo en la cama, jodido como nunca pero lleno de una felicidad extraña cada vez que recordaba estos siete minutos de samba que a partir de entonces me acompañarían para siempre, pues aquella música ya significaría la noche más loca de mi corta vida, y aún hoy cuando pienso en la palabra alegría me vuelve a la memoria, toda amarilla.

Luis.




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