Esta iglesia (de la que ya hemos analizado interior y cúpula) tiene una de las fachadas barrocas más intensas de Roma en su aparente normalidad.
No busca la espectacularización que podemos ver en Santa Maria della Pace, ni la tensión entre llenos y vacíos de Via Latta.
Su cronología temprana la hacen (como ocurría en el interior) en una reflexión sobre la arquitectura miguelangelesca y su tragedia.
Convierte así toda la fachada en un gigantesca y plástica montaña pétrea que intenta salir al exterior y es potentemente constreñida por las gigantescas pilastras exteriores que articulan los machones laterales.
Se genera así una fuerte tensión entre el avance y sus cuñas que compite con la fuerte verticalidad del conjunto, obligando al espectador a mirar en direcciones contrarias, sin pausa posible.
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