La figura de Pedro Berruguete es
un verdadero paradigma del fuerte mestizaje cultural que se vive en la Castilla
de los Reyes Católicos y que, en el aspecto arquitectónico, ya tuvimos la
ocasión de comprender con la fachada de la Universidad de Salamanca.
Un ambiente cultural que se mueve
entre la tradición de los modelos más goticistas y su evolución hacia formas
más modernas con los primitivos flamencos, y la lenta, llena de prestigio pero
con incapacidades para promover la piedad religiosa, del Renacimiento italiano.
La propia biografía del autor nos
las demuestra en su temprano viaje a Italia, entrando en la corte de uno de los
grandes mecenas de Renacimiento, Federico de Montefeltro, compartiendo
experiencias con maestros tan revolucionarios como Piero della Francesca.
Tras él, en su regreso a
Castilla, su estilo sufre nuevas contaminaciones flamencas que, combinadas con
ideas italianas, terminan por crear su estilo maduro que podemos admirar en
Paredes de Nava, Becerril de Campos o en la Cartuja de Miraflores de Burgos, a
cuya colección pertenece esta magnífica obra de la que nos ocupamos.
Iconográficamente se trata de una
típica anunciación en donde el ángel se presenta ante una María lectora, que
acepta sin someterse servilmente al mandato divino.
En ella tenemos la huella clara
de lo flamenco, especialmente de Van Eyck (tan admirado en la Castilla
contemporánea). Sólo nos hace falta fijarnos en el plegado tan duro de sus
paños, su gusto por el detalle menudo, la multiplicación de trampantojos en los
pilares en un juego que confunde pintura con escultura.
Muy relacionado también con Van Eyck es el exquisito uso de la luz (con un doble foco: izquierdo y fondo) que
el el verdadero responsable de la creación de las formas y las texturas,
algunas tan exquisitas como el del jarrón de vidrio que ocupa una solitaria
azucena.
Habitual también en lo flamenco
es esa ventana abierta que produce una unión interior-exterior y permite y
breve paisaje.
Y algo aún anterior, habitual en
su obra, el uso del pan de oro en telas (en otras ocasiones también en fondos)
que es una herencia aún anterior, la del gótico internacional
Sin embargo, frente a todo ello,
tenemos a un Berruguete que ha conocido lo italiano. Esto es evidente en la
extraordinaria perspectiva que arranca en la alfombra y llega a la ventana,
para nada tomada de los espacios alzados de Eyck. Un espacio construido con luz
y arquitecturas en donde las figuras generan su propio espacio.
Lo es también en sus citas
clasicistas (los capiteles) pero sobre todo en la corporeidad y majestuosidad
de sus figuras (la figura humana como monumento, en palabra de Checa Cremades) que se
alejan de la piedad religiosa goticista para contener una fuerte dosis de
antropocentrismo.
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