Ésa era Venecia, la bella equívoca y lisonjera, la ciudad mitad fábula y mitad trampa de forasteros, cuya atmósfera corrupta fue testigo, entre otros tiempos, de una lujuriante floración artística, e inspiró a más de un compositor melodías lascivamente arrulladoras
He vuelto a visitar la Venecia de Thomas Mann y la experiencia ha vuelto a valer la pena.
Todavía, tras tantos años de leerla y visitar por primera vez la ciudad, he vuelto a comprender que Venecia no existe y es un puro decorado en donde cada visitante proyecta su ánimo, del éxtasis a la melancolía más terrible.
Junto a esto (antes no lo conocía) he redescubierto la herencia helénica a través del carácter y cultura alemana. Ese mismo carácter que embargó a Leasing o Winckelmann y la reinventó a través del Neoclasicismo. Las descripciones de Tadzio, el amor decadente y homosexual del efebo, están directamente entroncado con el mundo clásico y se recuperan en honor del arte.
Por último, siempre me fascinó esta relación entre Venecia, el amor sublimado y la verdadera muerte que también me trae a la memoria el adagio de la quinta sinfonía de Mahher (la misma que utilizara para su película homónima de Visconti). Leer estas páginas bajo el embrujo de esta música es una experiencia fascinante
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