A lo largo de toda su vida, el retrato tuvo en la pintura de Goya una presencia constante, siendo un lugar de ensayos pero también un perfecto espacio para estudiar la evolución y las influencias del maestro aragonés.
Coincidente con su trabajo en la fábrica de tapices, Goya se acerca al género con maneras casi rococós, aprovechando la oportunidad que le ofreció el conde de Floridablanca, como ya nos explicó Mar
Las grandes puertas del género se le abren en la corte con la llegada de Carlos IV para el que pintará numerosos retratos de la familia real que culminarán en la Familia de Carlos IV que ya analizamos aquí.
Son obras en donde la influencia de Velázquez (que conoce gracias a su entrada en palacio) es fundamental tanto en posiciones, penetración psicológica (que a veces raya lo grosero) y pincelada cada vez más suelta y vibrante.
Junto a los encargos reales, gracias a la fama y prestigio que le dan, aumentan los retratos particulares. En ellos, el pintor toma una doble línea que mantendrá durante gran parte de su vida.
Juan Martin de Goicoechea
Para aquellos retratos de grandes personalidades se utilizará una técnica mucho más cuidada, con numerosas influencias inglesas, especialmente de Gainsborough, del que toma las poses elegantes y la inmersión del retratado en una naturaleza amable, suavemente vaporosa, herencias de Van Dyck.
Por el contrario, los retratos de su círculo de amistades se trabajan de una forma mucho más sincera (y pictórica).
Mucho más concentrados en el rostro que en la pose, se busca un mayor acercamiento hacia el retratado, dando al retrato psicológico una importancia crucial. Son las obras dedicadas a Moratín, Jovellanos y otros ilustrados, la duquesa de Chinchón o los propios autorretratos.
Poco a poco, su progresivo alejamiento de la Corte le pondrán en una disyuntiva a la hora de retratarlos. ¿Pintor oficial o pintor psicológico?
Tanto los retratos de Fernando VII como este de Godoy triunfador de la guerra de las Naranjas y Príncipe de la Paz os da la solución al dilema.
Goya no renuncia nunca a contar sus sentimientos frente al retratado, y estos aparecen como sátrapas, orgullosos y fatuos, incapaces de estar a la altura que la historia les había puesto.
Frente a ellos comparad este retrato de su última compañera (Leocadia), vestida de manola, realizada ya en 1824
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