Como vamos viendo, el posimpresionismo fue un verdadero crisol de ideas y estéticas.
Una de las que tuvo un mayor éxito en su tiempo (tanto por el medio como por la estética) fue la labor de cartelista que tuvo Toulouse.
Estéticamente estos carteles se vinculan directamente con la estampa japonesa, una moda que hizo furor desde Manet a Gauguin o Van Gogh.
Como ya analizamos aquí y aquí, las estampas japonesas fueron toda una ventana abierta para los pintores de finales de siglo, dándoles nuevas formas de componer tan distintas a la creadas por el renacimiento y barroco.
Toulouse tomó de ellas (y de la interpretación fotográfica que había ya realizado Degas y que ya vimos aquí), el descentramiento del motivo principal o los saltos perspectívicos
Retomó de estos grabados la importancia dada al color sin matices (como haría también Gauguin, eliminando el tono local en favor de grandes manchas cromáticas) que unió al fuerte silueteado, eliminando el claroscuro.
Produjo así obras que unían una rápida lectura que era, a la vez, sorprendente frente a la visión tradicional, creando toda una forma de hacer que nunca olvidaría la publicidad: atraer para convencer con imágenes rápida comprensión.
Pero no deberíamos olvidar que, frente a las categorías que intentamos los historiadores encerrar el arte, la realidad es (era) siempre mucho más compleja, y mientras se desarrollaba el posimpresionismo también triunfaba el modernismo orgánico.
Toulouse no fue ajeno a sus influjos, y muchos de sus carteles retoman temas típicamente modernistas como la curva de golpe de látigo, aunque no su imagen de la belleza (comparadlos con el artículo que ya publicamos de Mucha).
Avanzó también Toulouse en el diseño gráfico y en la unión de imagen y mensajes escritos con una maestría que no tuvo igual en su tiempo, abriendo un fecundo camino que luego transitarían futuristas, dada o constructivistas, ya en el siglo XX
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