Teniers. El archiduque Leopoldo visitando su colección en Bruselas
Si en Nápoles el coleccionismo e importanción de obras de arte corrió a manos de cargos públicos (especialmente virreyes como Osuna o Monterrey) que trajo a España lo más granado de Ribera, en Venecia este aspecto estuvo en manos de agentes especializados que se integraban en el curioso mundo artístico veneciano.
El interés de estos corredores (que seguían las órdenes de sus coleccionistas) era la gran pintura veneciana del siglo XVI que en España había adquirido gran prestigio desde las intensas relaciones de Carlos Carlos V y Felipe II con Tiziano.
Se había generado un verdadero mito de lo veneciano, tanto en lo político como en lo artístico (la gran pintura española del Siglo de Oro depende fundamentalmente de la escuela veneciana, más que el clasicismo romano, de influencia episódica, o las formas flamencas de Rubens, importantes a partir del tercer tercio)
Se creó así una verdadera fiebre por poseer (en emulación de las colecciones reales) cuadros de Tiziano, Veronés o Tintoretto que generó todo un mercado de agentes, expertos en arte (tanto teóricos como Marco Boschini, y su Carta de Navegar pintoresco, primer estudio conjunto de la pintura veneciana, como peritos como Niccolò Renieri o Pietro della Vecchia) y todo tipo de fauna que pululaba entre los canales buscando tesoros escondidos.
Y es que, a finales del siglo XVII, cada vez era más difícil encontrar cuadros de los grandes (no como en tiempos del segundo viaje a Italia de Velázquez, a mediados de siglo, cuando puso traerse consigo varios tintoretto, aunque con el aval del rey de España).
Por ello cada vez existirán más sospechas de falsificaciones o al menos retoques, y muchas veces había que conformarse con copias o cuadros de segunda fila.
Entre los grandes coleccionistas de estas pinturas se encontraban algunos aristócratas que realizan sus colecciones con una nueva ideología, ya lejana del Gabinete de Maravillas del siglo anterior.
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