Junto a las características generales del mecenazgo barroco que ya analizamos aquí, el barroco español mantiene unas singularidades propias, en parte ya generadas en su periodo renacentista (y que aquí ya consignamos)
Por una parte tenemos que tener presente la fuerte influencia de lo religioso en lo hispano que potencia aún más la idea de decoro y pone en manos eclesiásticas gran parte del mecenazgo artístico.
En este periodo serán fundamentales dos grupos.
Por una parte se encuentran las órdenes religiosas que habían conocido un crecimiento insospechado en la segunda mitad del siglo XVI, al calor de Trento.
Ya sean las tradicionales (que se modernizan, como ocurrirá con el Carmelo de la mano de Santa Teresa), ya de nueva creación (desde jesuitas a mercedarios o teatinos) su necesidad de obra de arte será muy fuerte, tanto en lo arquitectónico (en donde las órdenes crean sus prototipos propios, como el Carmelo) como en lo pictórico, mecenando grandes series como las que realizará Murillo (franciscanos) o Zurbarán (cartujos) en donde se fijarán temas iconográficos propios (como la propia imagen de San José, íntimamente relacionada con Santa Teresa).
Zurbarán. Cartujo
Un segundo comitente será el mundo de las cofradías religiosas que también conocen una gran expansión, convirtiéndose el Corpus o la Semana Santa en dos de los grandes espectáculos barrocos por antonomasia.
Esto será especialmente importante para el terreno de la imaginería, y sería impensable pensar en figuras como Juan de Mesa en Sevilla o Gregorio Fernández en Valladolid sin los múltiples encargos de las cofradías que también ampliarán su mecenazgo a la decoración de capillas en donde se encuentran radicadas (un ejemplo excelso es El Hospital de la Caridad encargado por Miguel de Mañara)
El otro gran foco de mecenazgo será la Corte. Ya sea el rey (en especial Felipe IV), ya toda la nobleza cortesana que sigue su ejemplo (desde los validos como el Duque de Lerma o el Conde Duque a los distintos altos funcionarios) serán grandes promotores tanto de obra civil (palacios) como religiosa (con las fundaciones que patrocinan, como vimos en el caso de las Agustinas de Monterrey de Salamanca).
Su actitud no sólo irá dedicada a mantener y encargar obra en el país, sino que también tendrá gran influencia el coleccionismo de obra extranjera (tanto de Países Bajos como de Italia -especialmente Nápoles, Roma y Venecia) e, incluso, los intentos de aproximación a autores extranjeros (como Carlos V o Felipe II intentarían con Tiziano), invitándolos (aunque sin mucho éxito) al nuestro país (Felipe IV a través de Velázquez, intentó la venida de Pietro da Cortona, Carlos II a Luca Giordano y, un siglo después, Carlos III traerá a trabajare en los frescos del palacio al mismísimo Tiépolo; se contará habitualmente con Rubens y su taller para trabajos en la Corte)
De una manera menor pero también importante, muchos de los virreyes y embajadores en las posesiones hispanas realizarán esta obra de coleccionismo (recuérdese los Osuna en Nápoles) que se une a la constante fascinación por lo veneciano (heredada de los Austrias Mayores)
En el terreno cortesano aún será posible cierta obra mitológica (evidente aunque paradójica en las obras de Velázquez), así como la pintura de género (especialmente retrato y paisaje), siendo muy extraño el desnudo.
Ya en el siglo XVIII, y con la entrada de los Borbones en la Península, se copiará el sistema francés de Academia (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando) que impondrá los gustos y acabará (al menos entre los principales pintores) el tradicional sistema de gremio.
Como ocurría en el Renacimiento, la escasez de la burguesía hará de ella un elemento poco dinámico en el terreno del mecenazgo
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