miércoles, 20 de febrero de 2019

ÁNIMA MUNDI. LUIS. Flashdance y las heridas de la primera adolescencia.

DALE AL PLAY Y PERMÍTETE VIVIR DENTRO DE ESTA CANCIÓN



La película era tramposa, llena de malos trucos; un perfecto cóctel para adolescentes con su base de amor y amistad, bien regada de un sexo que a nosotros nos dejó noqueados y una iluminación poderosa que la llenaba de épica.
Una película de sueños y futuros que sólo están comenzando a hacerse en medio de la podredumbre, llena de hombreras y ropa dos tallas mayores que jugaban a esconder lo que una escena después se enseñaba sin pudor alguno.

Todo eso lo sé, pero yo salí tocado del cine, con el pecho lleno de cristales.

Se me quedó dentro la mirada dulce de la protagonista, su sonrisa llena de brillo y aquella magnífica banda sonora que mezclaba el rock con las formas tecno que ya empezaban a fascinarnos.

¿Recordáis aquel magnífico Maniac? ¿La nueva versión de Gloria? ¿Las primeras noticias que tuvimos del break dance?

Pero si hubo algo que duró mucho más tiempo fueron dos frases.

Sí abandonas tus sueños, ellos desaparecen.

Cómo no le iba a tocar aquello a un chico de quince años que más que vida tenía proyectos, un futuro impreciso como un campo inmenso sembrado de inseguridades. Un mundo hostil y lleno de trampas en donde sólo una brevísima luz brillaba entre tanta penumbra.
Como la protagonista, yo vivía (todos los adolescentes lo hacen) una vida prestada, y me habría gustado tener su aplomo ante los demás aunque por dentro se sintiera destrozada. Sus frases demoledoras detrás de una suave sonrisa ¡Qué habría dado yo entonces por haber sido capaz de pensarlas y luego decirlas en el momento oportuno!
En vez de eso me escondía en mi mismo y me guardaba las opiniones para un círculo restringido de Solsona, Ciprián o Mar.
Una vida desdoblada entre mis mundos interiores y los paisajes de fuera, igual que la protagonista, lleno de dudas y con los únicos agarraderos de algunos íntimos, cada uno para un mundo distinto que sólo con ellos se hacía visible.
¿Llegaría en algún momento a conciliarlos todos en un sólo sitio, el perfecto y definitivo?

La propia película me dio, acaso sin saberlo, la clave.

Si cierras los ojos, podrás ver la música

Fue la primera vez que supe de algo que a mi me pasaba desde pequeño y hasta muchos años después no tuvo su nombre tan fascinante: sinestésico.
Una palabra que marcaría mis estudios y me terminaría dándome de comer por el único hecho de ver azul en un saxo de jazz o los distintos estados de ánimo de la metereología en ciertas canciones de mi adolescencia.
Para aquello no había nadie con quien hablar. Ni libros, un un mísero Google al que preguntar, pues aún le faltaban muchos años para nacer.
Sólo el sentirse aún más solo e incomprendido de lo habitual, como un héroe único (me gustaba pensar en los escasos momentos de euforia), como un bicho raro (me decía habitualmente), distinto y por tanto incómodo con aquel secreto que me tuvo que desvelar una película tramposa, llena de malos trucos y estética de videoclip que durante años estuvo rondando en mi vida como una canica rodada sobre el parqué, con un ruido cristalino, lejano y certero en los sótanos que siempre me habitaron.




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