DALE AL PLAY Y ATRÉVETE A VIVIR EN ESTA MÚSICA
Recuerdo hasta el cine; era el Roxy A, y a salida nos fuimos a tomar una leche de pantera al Chapandaz.
Recuerdo también a Isabella Rosellini cantando Terciopelo azul con tal intensidad que se podía notar el tacto suave sobre la piel y su azul eléctrico (¿o acaso era simplemente yo y mis sinestesias?)
Esta película es un saco de recuerdos que me persigue desde hace años, como la música de Roy Orbison soñando o Julee Cruise cantando los misterios del amor, todo envuelto en un azul profundo que se movía por la película como un felino sin dueño.
Con ella me enamoré del cine perverso de David Lynch en donde la vida muestra su existencia más terrible y enfermiza, envuelto con exquisitez en las imágenes más bellas y profundas. Pura ánima alemana
Todo un shock entre ética y estética que sentí por primera vez, al menos con una película, pues aquel versus inconcebible ya lo había conocido con varias canciones, aprendiendo que todo lo bello no tiene que ver con la bondad (¿habéis escuchado la letra de Every Breath You Take de The Police?)
Esa misma sensación tuve entonces, la del terrible arrepentimiento de sentirse fascinado por aquella abyecta historia de violencia y dominación.
No pude resistirme por mucho que lo intentara, y asistí a la película con el corazón aprisionado en aquel conflicto de belleza y maldad al que muy pronto se unió otro más intenso que dio en el mismo centro de la Diana.
Era la lucha eterna entre sexo y amor, dos conceptos que tan solo en algunas escasas ocasiones había conseguido unir con placidez en los brazos de Sabrina sin sentir el apremio nada más verla ni la sensación espesa (¿suciedad, pecado?, no tengo la palabra exacta) una vez terminado todo.
Quién sabe, tal vez era mi educación católica en pugna con las hormonas, una lucha entre la pura carne y mis lecturas idealistas, pero lo cierto es que con dieciocho años aquello ocupaba una parte de mis más secretos conflictos que sólo Martina, años después, logró sanar con su simple mirada de miel y almendras. Unos ojos enamorados en medio del incandescente forcejeo del sexo más intenso.
Pero eso sería después, y entonces el problema era mucho más acuciante junto a Diana, la más bella, inteligente y sensible mujer con la que jamás estaré que me ofreció todo excepto los secretos de su cuerpo
Con ella vi la película, sintiendo su tensión ante las escenas más intensas, demasiado explícitas para sus creencias.
- No eran necesarias. La película es suficientemente buena para no necesitarlas ,- me dijo mientras tomábamos la leche de pantera, cada uno desde nuestra pajita, y yo sentía la cercanía de su cuerpo que tenía tantas zonas prohibidas a mis manos.
Sentía eso y el brillo intenso de sus ojos negros, muchos más intensos que los de Rosellini, pero sin el más mínimo terciopelo azul en sus brillos, como un saxofón prohibido, el mismo que ella me enseñó a querer cuando me descubrió el soul y todo su imaginario sexual que nunca pasó de las palabras a los hechos.
Era así de paradójico: la que me guió por las músicas del deseo nunca quiso probarlas conmigo, y como ellas, esta película y su banda sonora quedó recluida a los sueños más oscuros del invierno, esperando una ocasión que sólo se produciría mucho después, una sola vez, pues los milagros siempre han de ser impares y solitarios, y a su fin se provocó una gigantesca tormenta en la que naufragamos después.
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