martes, 7 de abril de 2015

GAUGUIN. MATAMUA

Yo querría las praderas teñidas de rojo, los ríos de amarillo oro y los árboles pintados de azul. La naturaleza no tiene imaginación. 
Baudelaire

Vamos a utilizar este cuadro de la plenitud del estilo de Gauguin para hacer un repaso de las principales características del autor.

Si observamos la composición hay un primer dato a resaltar: ese gran árbol azulado que rompe en dos el cuadro. La idea es claramente japonesa, como ya nos explicó Ana.
Llama también la atención su formato vertical (habitualmente los paisajes solían tomar la forma apaisada horizontal) de la que se sirve Gauguin para trabajar su típica perspectiva cromática en vertical.
Si observamos con un poco de atención el cuadro podremos ver como apenas si queda lugar para el cielo, y el paisaje se compone de bandas horizontales de color que se van apilando una sobre otra (dirigidas por la ascensionalidad del árbol antes citado). Esta forma de trabajar posiblemente procedía de Cezanne que la alternó con perspectivas abatidas, eliminando así el cielo, tan intangible y difícil de encajar, pero también era habitual en el mundo de las estampas japonesas, como ya vimos aquí.

























Estas bandas juegan a alternar colores cálidos (que acercan) con otros fríos (que alejan), creando efectos de profundidad sin recurrir a las perspectivas tradicionales  y será básica para el futuro desarrollo del fauvismo, siendo Matisse un enamorado de la misma (perspectiva cromática)

Sin salirnos del tema de los colores, estos se han independizado ya por completo de la realidad, tal y como tantas veces propugnaba el propio autor en sus escritos.

Es música, si quiere. Obtengo mediante composiciones de líneas y colores (...) sinfonías, armonías que no representan nada absolutamente real en el sentido vulgar de la palabra, que no expresan directamente ninguna idea, pero que deben hacer pensar como la música hace pensar, sin el recurso a ideas o imágenes, simplemente en afinidades misteriosas que existen en nuestros cerebros

En ellos hablaba del color como una manera más (igual que podría ser la línea o la composición) de crear armonías en la pintura, asimilando pintura a música.
Es la sinestesia (el juego entre sentidos, un tema ya avanzado por Delacroix, véase su Muerte de Sardanápalo, o los escritos de Baudelaire) en donde los colores se convierten en notas musicales para crear una armonía más allá de lo puramente visual, capaz de hablar al interior del hombre, moviendo sus más recónditos resortes que lo relacionan con la Naturaleza, su verdadera Naturaleza. (Esta idea será básica tanto para Matisse como para Kandinsky, que la utilizó para llegar a la abstracción, como ya explicamos aquí).

























Como es conocido, Gauguin siempre buscó lugares diferentes al civilizado París para su pintura (la costa bretona, Suez, Martinica o Tahití).
Esta huida hacia lo civilizado entronca con la necesidad de buscar lo original (el origen) para devolver a la pintura su verdadero carácter religioso. Una actitud prelógica y antidogmática,  lejana de los dogmas tradicionales, como la que pretendía la teosofía y había calado profundamente en el mundo simbolista del que siempre estuvo tan cerca de Gauguin.

El arte es una abstracción; sáquela de la Naturaleza soñando ante ella y piense más en la creación que resultará, es el único medio de ascender hacia Dios haciendo como nuestro Divino Creador, crear

En ella hay un fuerte transfondo romántico (que ya comenzamos a analizar en el orientalismo) impregnada de panteísmo (como Friedrich) y de un escapismo que les hace imaginar con paraísos soñados que se encuentran más en el interior del pintor que en la realidad misma.
Y es que, curiosamente, al llegar a Tahití, Gauguin se encuentra que las tradicionales religiones ya habían desaparecido por completo, laminadas por la evangelización cristiana.

























Ante ello, Gauguin reinventa toda una mitología perdida (Solana), primero en pequeñas estatuillas que utilizan ideas del budismo mezcladas con otras referencias al arte vietnamita o de las islas Marquesas. Para crear su imaginario se inspirará en el libro de Moerenhout, Viaje a las Islas del Gran Océano (1837)
Con todo ello creará toda una nueva religión que los propios maoríes tomarán como suya y que empleará una y otra vez en sus cuadros, como esta danza ante el ídolo (sacado del Ídolo de la Perla).

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