lunes, 27 de julio de 2020

JAN METSYS Y LA ESCUELA DE FONTAINEBLEAU


































Hijo de Quinten que le sirvió de maestro, iniciándole en los modelos italianos, los conocerá directamente cuando tenga que huir de su ciudad natal acusado de herejía.
Viajará por Italia conociendo los grandes focos del manierismo y terminará por participar en la escuela de Fontainebleau que, bajo la dirección de Primaticcio, hizo entrar los modelos de Parmigianino y Correggio en el entorno cortesano creado por Francisco I y continuado por sus sucesores.
Nos encontramos así con un estilo profundamente intelectualizado que juega con múltiples referentes (y sobre todo, con sus choques formales) que arrancan en algunas formas leonardescas que pasan hacia Correggio o Parmigianino, un erotismo frío al modo de Bronzino (y el gusto por la piel femenina con toques marfileños), la contraposición (intensamente contrastada) entre lo masculino y lo femenino, el interés por las tonalidades tornasoladas que estallan en medio del cuadro al salirse por completo de la entonación general, lugares reducidos en donde las figuras (hercúleas) suenten un profundo agobio espacial, las citas arqueológicas...

miércoles, 22 de julio de 2020

Aquellas praderas azules. EL DESCUBRIMIENTO DEL HIELO

DALE AL PLAY, SIMPLEMENTE
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¡Era aquello! ¡Ese era el misterio!
Un lugar de hielo en medio del fuego.
Ese ignoto país que hacía años que anhelabas (¿verdad, Mayca?) y daba tanto miedo...

Te acercaste a él con la respiración entrecortada y un peso enorme en el estómago, pues en tu mente se unían mil noes entrecruzados, el primero de ellos el que podría decir Sabrina, el último dentro de tu propia alma que hablaba de ¡pecado! aunque ya hiciera años que no creyeras en ello.
Era algo viscoso que te subía por el pecho.
Un dolor oscuro que cuanto más grande se hacía más empujaba tus dedos que avanzaban como animales ciegos, mientras tú te morías, aterrorizado por el calor que ibas encontrando y
sonaba, una vez más, siempre, Culture Club, y
Tú sólo podías pensar que entrabas en un lugar prohibido

En tu interior se mezclaban el ansia y el miedo, un respeto ante las cosas sagradas que te impedía abrir los ojos, y te enterradas entonces en el rincón oscuro de su cuello para sentir su aroma de lavanda, su aliento cada vez más ardiente mientras tú

No sabías de dónde habías sacado las fuerzas ni las formas, pero igual que un cofre, el mundo se abrió de repente para que entrarás en él, y notaste en la yema de tus dedos el calor sin término del hielo, igual que el coronel Aureliano Buendia aún siendo un niño, ¿verdad?

¿No es cierto, cariño mío, que entonces nuestro abrazo se hizo más fuerte?, pues nos habíamos convertido de repente en dos náufragos sin ruido, devorados por una tormenta desconocida que sólo nosotros habíamos producido

Dios santo. Olas enormes os empaparon por dentro, como si fuera pecado el haber encontrado juntos este misterio de miel que os alzaba hasta el cielo, dementes.
Eso y querer llorar sin medida mientras un calor lento, terriblemente encendido, os incendiaba por entero como si aquello fuera un inacabable atardecer de fuego que (imaginabais) os haría relumbrar en aquel rincón del Penta en donde descubristeis cuanto quema el hielo encerrado en las entrañas de vuestros cuerpos,

Ese calor que no da tregua.
Un lugar sin esquinas pero lleno de trampas que conduce a los infiernos de la gloria y al dolor, como muy pronto sabríais; ella atenazada por los prejuicios de una época que la catalogaba entre zorra y estrecha; tú...
Qué quieres que te cuente, que esperabas con ansia el día siguiente pero luego, después, te sentías sucio, prisionero de tus deseos que te gritaban por dentro a la vez que querías llegar cuanto antes a los hoteles que hay en California

Ya sabes las burradas que te decías, las mismas que se decían en el grupo de amigotes. Pura adolescencia de hormonas desatadas y la visión de alguna película porno en la casa de algún amigo con padres de viaje.
Madre mía. Como podía ser lo mismo aquellas escenas ante la piel de melocotones de ella, sus suspiros pequeños, la terrible timidez de sus ojos entrecerrados y arreboladas las mejillas.
Era otra cosa muy distinta.

Era...
¿A ella le gustaría?
¿Realmente era así o solo el total ofrecimiento del amor?
No se podía hablar más que con metáforas, bajo el manto de los sobreentendidos que oscurecían mucho más de lo que aclaraban.

¿Verdad, mi vida?
¿Verdad que todas nuestras praderas tuvieron mucho de esto pero nunca lo pusimos en palabras?
A veces lo pienso, no creas, y también te pienso a ti pensando en esto sin llegar a ninguna conclusión pues

¿Cómo podíamos saber nada de esto su estábamos temblando, y sobre todo era miedo, en este viaje entre deseos, tabúes, falsas informaciones y silencios compartidos?
Qué complicada es siempre la adolescencia.

miércoles, 15 de julio de 2020

De otros lados. Aquellas praderas azuless. CIPRIÁN. ESCRIBIENDO


DALE AL PLAY COMO SI FUERA LUIS Y DÉJATE LLEVAR POR LA MÚSICA QUE ME ACOMPAÑÓ EN LAS Largas noches de ESCRITURA de mi primera novela.





Noches insomnes hasta que el amanecer te sorprendía con toda la tristeza de su luz sucia que volvía blandos los objetos mientras les borraba toda la magia (o el terror) que la madrugada había puesto sobre ellos, como si fuera un segundo rocío. 
Sólo entonces, cuando el mundo se volvía confuso y la claridad barría sueños y deseos, apagaba la música y dejaba de escribir, hasta la noche siguiente. 
Pasaba entonces el día, disimulando que vivía cuando en verdad era todo lo contrario. Dormía hasta casi el mediodía, malcomía los restos de la cena y pasaba la tarde en el sopor de julio y agosto, embarcado en el sofá como en una balsa de náufrago frente a la televisión que hablaba lentamente de cosas incomprensibles que a mí no me interesaban, pues yo seguía, hora tras hora, encerrado en mi novela, aquella que se parece tanto al amor verdadero de la primera relación, al único de veras cierto y, 

(mientras comía, cuando paseaba un rato al caer la tarde o, simplemente, meaba)

vivía en el tiempo (mucho más auténtico y feroz) de mis personajes que deambulaban por el mundo mientras yo me hacía una plato de pasta y un gazpacho para cenar, cada vez más inquieto según aparecía la noche y los ruidos de las casas, unas horas después, se iban apagando en las cocinas de cacharros que se lavan, de grifos y retretes, de algún polvo despacioso que esquivara el calor.
Así hasta que acaba todo y la madrugada sonaba a grandes aspas girando lentamente, a peleas de perros huérfanos en los descampados. 

Cuando terminaba, colocaba una cinta de música en el casete que el propio Luis, mucho antes de dedicarse a la radio, nos hacía sin otro motivo que la pura amistad y, antes, el amor.

En esas cintas, siempre de noventa, se mezclaban sus canciones fetiches con otras dedicadas al propio regalado, como esta de Pink Floyd que siempre me pareció la música nocturna más intensa y bella, como una capa de hacer cumplir deseos con la que cubrirse de la cabeza a los pies y enredarse en aquel viaje a Italia que tanto nos cambió. 
Pues hay que decirlo cuanto antes: los personajes de la novela éramos nosotros mismos con el simple y pueril cambio de nombres.
La pequeña historia de un grupo de amigos descubriendo el mundo que, sin embargo, a partir de Venecia dejaba de contar lo que había pasado para escribir lo que debería haber sucedido con una lógica desconocida pero por completo precisa en la que

Algo verdaderamente milagroso.

Una pura maravilla. 

Yo me convertía en puro espectador de un joven que escribe en la mesa nocturna rodeado de café y un cenicero atiborrado de colillas de tabaco negro, y asistía a los diálogos que escuchaba mientras escribía, viendo cada gesto y cada entonación que se pintaban en mi imaginación con mayor precisión que si hubieran ocurrido de veras.
¡¡¡Por Dios!!!! Quien no haya sentido esto que cuento está perdiéndose una de las sensaciones más maravillosas del universo. 
Todo un mundo, hasta en sus más mínimos detalles, que crece dentro de ti y no te deja ni a sol ni a sombra, llevándose hasta tu propio aire de respirar incluso. 
Personajes que te hablan al oído e intentan influir en tus decisiones y, durante el día, sonámbulo, pasas horas y horas pensando en escenarios y tramas, en palabras que habría que decir y... 

Da todo lo mismo. 

Primero con las músicas de Rafa y luego con las que me grabó Luis, tomas la pluma y todo ese mundo empieza a girar sin cadenas, tan aprisa que a veces no te da tiempo casi de ir escribiendo mientras ríes por un chiste o te emocionas hasta las lágrimas mientras al fin se produce aquello que tanto deseabas, aunque sea de una forma que nunca hubieras podido imaginar. 

Son horas de milagro en la que te conviertes de un dios menor que rehace el tiempo y las historias para que ocurran como deberían haber sido, tan sólo trascribiendo la película sin fin que pasa por delante de tus ojos mientras la noche pasa, tan deprisa, y de pronto compruebas con horror que el cielo tras la ventana lentamente languidece. 
Se apagan entonces las estrellas y las cosas se adelgazan. 
Se pierde el encantamiento; esa luz fosforescente que te ha acompañado durante horas, y hasta las músicas pierden su capacidad de hechizarte. 
- ¡Jodido amanecer! .- maldices mientras acabas precipitadamente el capítulo y cierras los folios sobre sí mismos para que la luz no los toque. 

Esa luz sucia que lame ya los marcos de la ventana y devuelve al mundo a su estúpida vida cotidiana, y tú bajas apresuradamente la persiana hasta abajo para que la oscuridad no se desvanezca del todo y, cuando empieces a dormir, lo hagas con tus propios fantasmas.



sábado, 11 de julio de 2020

R. La muerte desvelada


La pandemia vuelve a hacer visible la muerte, aquella misma que habíamos suprimido y subcontratado cuidadosamente a lo largo de la últimas décadas. 

Menos mal que rápidamente los poderes públicos han multiplicado hasta la naúsea las comparecencias, valoraciones y gráficas hasta volver a convertir esos muertos de nuevo en datos y desarticular cualquier peligro.



martes, 7 de julio de 2020

Aquellas praderas azules. Lo que verdaderamente significan los hoteles de California

DALE AL PLAY DE PALABRAS SIN SONIDO





Realmente no supe interpretar el verdadero sentido de la canción hasta tres años después de recibirla en aquella cinta que Sabrina me regalara antes incluso de habernos besado, pero cuando lo conocí fue un relámpago parecido, pero en el lado contrario, de mi descubrimiento del hielo.

Fue una noche, bajo las sombras de una gran vela, desnudos y asombrados en aquella cama demasiado pequeña en donde un viento de las colinas te desordenó el pelo y tu vista se oscureció mientras yo, buzo ciego, nadaba en la penumbra de tu cuerpo, esparciendo versos entre el trigo marino y
 a nadie te pareces desde que yo te amo.
te susurraba, buscándote más allá de los perfiles de tus caderas hasta encontrar un momento tierno, esquivo, que rodeé como se hace con los animales pequeños, mientras comenzaba a sonar aquella canción y pese a la madrugada algo se iluminó en la penumbra.
Fue entonces cuando sentí un cálido rumor de colinas que se acercó con pasos de gigante por la oscuridad de tus vísceras. Algo muy distinto a todo, feroz e inaudito; y tú poco a poco te fuiste tan lejos que yo apenas podía alcanzarte.

Dulce sudor de verano.

Tu cuerpo ya navegaba sin rumbos en la seda de mis palabras mudas, bajo las sombras inciertas de una gran vela hechas a semejanza tuya.
Perdida.
Cada vez más ausente.
Así viajabas por los lugares insospechados a los que te llevaba mi monólogo que todo te decía sin necesidad de contarte nada.
Solo un ritmo, la más bella poesía escrita sobre barro húmedo que yo inventé sin saber aún ni las más simples reglas de la gramática,
insomne, hacendoso, 
casi mágico mientras tu cuerpo llovía mariposas de fuego y ámbar, ¿o era acaso el rocío?

Las luces lejanas de aquella canción subían y subían como una escalera sin infiernos. Con escalones de plata y almohadas suaves.
La primavera florecía en ti como mil cerezos bajo la lluvia.
Y
No sé si tú lo recuerdas.
Te mirabas por dentro con los ojos cerrados, asistiendo a tu propio castillo de fuegos artificiales que te explotaban por dentro.
Tú cuerpo se movía entre explosiones; esos eran los verdaderos hoteles de California.
Un lugar donde no había espectros ni historias de aparecidos, y lo sobrenatural eran los navíos de viento de tus aguas cristalinas en un mundo propio que rasgueaban las guitarras como arados sobre el barbecho.

Cómo no amarte entonces, cariño mío.
Tus brazos se aferraba a mi un instante antes de volverse de trapo.
Luego, más adelante,
cuando las montañas ya se terminaron y sólo te quedo el viento.
Entonces sí,
me pediste que te gritara dentro, y te alzaste definitivamente en un ondear de pájaros locos que te persiguieron mientras tú ascendías sin remedio y al fin, secreta, rompiste a llorar riendo, mucho tiempo, viendo tantas luciérnagas como yo nunca he sentido.

 ¿De verdad que no lo recuerdas o es la simple timidez de tus manos con ansias de infinito?
Esos dedos de acero que se clavaron en mi pelo mientras tú resplandecias en medio de la oscuridad como una brasa hirviendo que luego se hizo sonrisa,
una paz de dientes y labios.

Fue un sabor a melocotones,
el rumor sin ruidos de tu vientre que poco a poco amainó de las tormentas que sólo una vez suceden en los hoteles de California.
Casi en medio del desierto, a un paso de el y la nieve que cayó desde el techo sobre tu cuerpo.
Azul, tan blanda.
Con un olor de colinas que poco a poco se iba perdiendo en tus músculos desmadejados,
y el aire vuelto.

 Serena tras el cataclismo.