Hablábamos en Biombo Histórico de los felices 20 en América como una época de optimismo y prosperidad que tuvo correspondencia plástica en el rascacielos, triunfo de la técnica y la economía.
Técnicamente estos rascacielos son la evolución de la arquitectura del hierro y el cristal que toman su forma primera en la Escuela de Chicago a finales del XIX.
En ella se unían los avances de la técnica para crear esqueletos simples para soportar los pesos y crear espacios interiores diáfanos (el uso de acero y cristal resistentes, el hormigón armado...) con una estética aún historicista (neos) o art decó que decoraba su estructura (Así sigue ocurriendo con los dos rascacielos más famosos iniciados en los años 20 en Nueva York, como el edificio Chrysler o el Empire State)
El primer rascacielos español sigue la misma tradición y, sintomáticamente, se dedica a las telecomunicaciones (una de las grandes innovaciones de la época y que la Dictadura de Primo de Rivera intentó modernizar por medio de la venta de la compañía telefónica a la ITT estadounidense).
Se sitúa en la gran reforma urbanística de principios del siglo XX, la Gran Vía, que ya estudiamos aquí.
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Su proyecto fue largo y lleno de indecisiones, oscilando entre la tradición (la de Juan Moya, neobarroco convencido) y la modernidad (representada por Ignacio Cárdenas, conocedor de Nueva York y mucho más tendente a las formas simples, modulares, repetidas...). Algo que puede verse perfectamente en esta imagen.
Finalmente, el proyecto reduce mucho la decoración, dando un aspecto mucho más moderno del que tenía en un primer momento.
Se apostó por los volúmenes simples en reducción (Cárdenas hablaba de cubismo) que crean una masa escalonada sostenida por unos profundísimos cimientos y una estructura interior de pilares de acero remachados que crea el gran esqueleto de sustentación.
Al exterior encontramos un juego (más bien una lucha)entre el neobarroco de Molla presente en la entrada principal y algunos detalles decorativos de las ventanas (en una línea que sigue a Ribera, el gran arquitecto del Madrid del XVIII) y la estructura modular.
El edificio de telefónica sirvió como punto de referencia para los artilleros franquistas del Cerro de las Garabitas (Casa de Campo), convirtiendo a la Gran Vía en el Paseo de los Obuses, como la llamaría Arturo Barea en su Forja de un rebelde.
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