miércoles, 12 de julio de 2023

Ahora es más necesario que nunca. Patricia Highsmith. Carol

 En 1952 Patricia Highsmith escribió Carol, la historia de un amor entre dos mujeres neoyorquinas.

Creo es ahora precisamente el momento de recordarlo no vaya a ser que nos lo censuren de un momento a otro, pues es un libro maravilloso pero cada vez más real (sobre todo en el aspecto de los prejuicios).

Os dejo algunos bellísimos (otros muy duros) fragmentos


Therese apagó la luz. Entonces Carol le deslizó el brazo alrededor del cuello y sus cuerpos se encontraron como si todo estuviera preparado. La felicidad era como una hiedra verde que se extendía por su piel, alargando delicados zarcillos, llevando flores a través de su cuerpo. 

Therese tuvo una visión de una flor blanca, brillando como si la contemplara en la oscuridad o a través del agua. Se preguntó por qué la gente hablaría del cielo. 

- Duérmete -le dijo Carol. 

Therese deseó no dormirse. Pero cuando notó otra vez la mano de Carol en su hombro, supo que se habla dormido. Amanecía. 

Los dedos de Carol se tensaron en su pelo, Carol la besó en los labios y el placer la asaltó otra vez como si fuese una continuación de aquel momento de la noche anterior, en que Carol le había rodeado el cuello. «Te quiero», quería oír Therese otra vez, pero las palabras se borraban con el hormigueante y maravilloso placer que se expandía en oleadas desde los labios de Carol hacia su nuca, sus hombros, que le recorrían súbitamente todo el cuerpo. Sus brazos se cerraban alrededor de Carol y sólo tenía conciencia de Carol, de la mano de Carol que se deslizaba sobre sus costillas, del pelo de Carol rozándole sus pechos desnudos, y luego su cuerpo también parecio desvanecerse en ondas crecientes que saltaban más y más allá, más allá de lo que el pensamiento podía seguir.

(...)

Una vez llegaron a un pueblecito que les gustó y pasaron la noche allí, sin pijama ni cepillo de dientes, sin pasado ni futuro, y la noche se convirtió en otra de aquellas islas en medio del tiempo, suspendida en algún lugar del corazón de su memoria, absoluta e intacta.

 O quizá no era más que felicidad, pensó Therese, una felicidad completa que debía de ser bastante rara, tan rara que muy poca gente llegaba a conocerla. Pero si era sólo felicidad, entonces había traspasado los límites ordinarios y se había convertido en otra cosa, una especie de presión excesiva, de modo que el peso de una taza de café en la mano, la rapidez de un gato cruzando el jardín, el choque silencioso de dos nubes parecía casi más de lo que podía soportar. Y así como un mes atrás no había comprendido el fenómeno de su felicidad repentina, ahora no comprendía su estado, que parecía consecuencia de lo anterior.

 A menudo era más doloroso que agradable y por eso temía tener un único y grave defecto. A veces se asustaba como si estuviera andando con la espina dorsal rota. Si alguna vez sentía el Un pulso de decírselo a Carol, las palabras se disolvían antes de empezar, por miedo y por su desconfianza habitual hacia sus propias reacciones, la ansiedad de que éstas no fueran como las de los demás, y de que ni siquiera Carol pudiera comprenderlas.

(...)

(Habla el exnovio de una de ellas) Lo lamentable es que más adelante tú misma lo lamentarás, y tu disgusto estará en proporción a la cantidad de tiempo de tu vida que malgastes con ello. Es algo desarraigado e infantil, como alimentarse de flores de loto o de cualquier dulce enfermizo en vez de con el pan y la carne de la vida

(...)

Me pregunto si esos hombres miden su placer en función de que produzca hijos o no, y si lo consideran más intenso cuando es así. Después de todo, es una cuestión de placer, y qué sentido tendría discutir si da más placer un helado o un partido de fútbol, o un cuarteto de Beethoven contra la Mona Lisa. Dejo eso para los filósofos. Pero la actitud de ellos era que yo debía sufrir de una locura parcial o ceguera (en el fondo, tienen una especie de resentimiento por el hecho de que una mujer atractiva sea presumiblemente inaccesible para los hombres).

 Hubo alguien que aludió a la «estética» en su argumentación, quiero decir contra mí, naturalmente. Les pregunté si de verdad querían discutir eso, provoqué las únicas risas de todo el espectáculo. Pero el punto más importante no lo mencioné y ninguno de ellos lo pensó, y es que la relación entre dos hombres o dos mujeres puede ser absoluta y perfecta, como nunca podría serlo entre hombre y mujer, y quizá alguna gente quiere simplemente eso, como otros prefieren esa relación más cambiante en cierta que se produce entre hombres y mujeres. 

(...)

Ayer se dijo, o se dejó entender, que el camino que he escogido me llevaría a hundirme en las profundidades del vicio y la degeneración humanas. Sí, me he hundido bastante desde que me apartaron de ti. Es verdad, si tuviera que seguir así y me siguieran espiando, atacando, y nunca pudiera poseer a una persona el tiempo suficiente para llegar a conocerla, eso sí sería degeneración. O vivir contra mi propia naturaleza, eso es degeneración por definición.

(...)

 El sexo se define por características físicas y debe indicarse en los pasaportes. El amor está en la cabeza, es un estado de la mente.


 CIPRIÁN

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