Francisco Calvo Serraller, crítico de arte. Abril de 2009.
Serra sentía una devoción muy sincera por Oteiza, e íntima, y no tenía problema alguno en decirlo. Jorge había hecho cosas que nadie había hecho antes; mucha gente parecía no darse cuenta, pero Serra sí. Además, sería absurdo no reconocer la notable influencia que había ejercido sobre él. En 1997 llegó a referirse a Oteiza como el escultor vivo más importante del mundo. ¿Qué artista dice eso de un colega? Ese año se conocieron en persona y visitaron juntos el Museo de Bellas Artes de Bilbao, después de disfrutar de una gran comida en un restaurante de la ciudad, en compañía de Néstor Basterretxea, Jon Intxaustegi y José Luis Merino.
Cuando surge el tema, Richard cuenta siempre que hay tres obras de Oteiza que lo obsesionan. «Cada una de ellas me plantea un conflicto con la Historia», afirmó en los años noventa. «Todavía hoy se presentan como piezas vanguardistas, pese a estar concebidas entre 1957 y 1958. Se trata de Homenaje al padre Donostia, Caja metafísica por conjunción de dos triedros y Homenaje al estilema vacío del cubismo. El espacio formado a partir de estas tres obras no tiene precedentes. Confieren la vastedad del todo a lo meramente individual. No plantean soluciones cerradas, sino que tratan problemas tan fundamentales en el proceso de invención que han impulsado a otros escultores a repetir o extender esta sintaxis.» Para él manifiestan la distancia, el vacío, la soledad intensa.
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«Oteiza se pasó media vida intentando nombrar lo que no tiene nombre, situándose en la frontera de la representación. Quizá ese idealismo ya no existe», dijo al fin.
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Le fascinaba el trasfondo teórico del arte oteizeano, a través de aquellas obras con las que pretendía perforar el vacío y no decir nada. Mientras la mayoría de los escultores querían siempre proclamar algo, Oteiza ambicionó dejar en algunas de sus obras la huella del vacío, de eso que uno no debe decir. Él no quería que pasase nada en su obra, solamente una desocupación.
Metía una pala en el aire y sacaba el aire físico, dejaba un vacío, una transestatua, un no escenario, «una habitación para la función de nuestra alma, para que nuestra alma funcione con esa intimidad, con el aislamiento que en lo absoluto apetece al hombre vivir en las horas de mayor peligro o desamparo y cuando toda la confianza en las cosas de la vida se pierde», decía. Serra consideraba la vida de Oteiza una expresión más de su arte.

Interpretaba como una escultura más su carácter visionario y turbulento, y, sobre todo, el hecho de que en 1959, con apenas cincuenta y un años, anunciara por sorpresa que abandonaba la escultura. «Estaba en su mejor momento artístico, y se lanzó a la nada», dijo en un momento de la visita. Solo hacía dos años que había recibido el primer premio de la Bienal de São Paulo. Pero siempre había afirmado que aspiraba a convertirse en el escultor que no era, y su carrera era una renuncia a sí mismo, una puesta en crisis. A lo largo de la visita, Richard señaló que el proceso de desmaterialización y silenciamiento en el que se adentró la escultura de Oteiza, con sus esculturas mínimas y sus famosas cajas vacías, bien podía ser un bellísimo precedente del minimalismo, del que él formaba parte.
Obra Maestra (Juan Tallón)